Cuando Ingrid (enorme Aubrey Plaza, que también oficia de productora) finalmente logra sentarse a la mesa, le pregunta a Taylor (Elizabeth Olsen) -su presa pero también su objeto de devoción- cómo se gana la vida. Taylor responde que es fotógrafa, pero el pudor gana y se excusa, corrigiéndose: “las marcas me pagan para que postee cosas”. Ser una influencer parece avergonzarla, como si fuera consciente –responsable- de la superficialidad de su estilo de vida, como si sintiera la culpa de estar haciendo algo banal, o peor, manipulador y por ello, nocivo, malo.

Todo es artificio en el universo de Taylor, pero eso importa menos que lo que el artificio representa para Ingrid. La luz, las composiciones, los filtros son un escape para Ingrid, que – con su madre recientemente muerta- dejó todo – para ella, su nada- atrás y se mudó a Los Ángeles, ciudad horrible si las hay, para sentirse más cerca de su nueva ídola, mentora, diosa, con suerte amiga y, de fondo, nueva identidad. La obsesión de Ingrid es enfermiza, claro está, tanto que lo que comienza con el secuestro de un perro termina con otro secuestro, el del violentamente sincero hermano de Taylor.

Ingrid construye una especie de amistad con Taylor basada en el research, el estoqueo, el acoso, el acecho, todos rasgos obsesivos que la despersonalizan, que la sacan de sí misma y lo que le sucede, para arrojarse al mar del universo prefabricado de alguien más, que para colmo solo reproduce lo que las marcas quieren instalar. Es una alienación por parte doble, porque ninguna de las dos, ni Ingrid ni Taylor, terminan por mostrarse- ni descubrirse- como son ellas mismas, posiblemente, siquiera lo sepan, siquiera les interese. Cuando Taylor le revela su emprendimiento secreto a Ingrid y empieza a  notar que está criticando al marido, se detiene, porque sabe que esa actitud no es “digna” de su personalidad pública, una persona que vende perfección tiene que tener, sin dudas, el mejor marido y, de base, la mejor actitud ante todo. “Debés pensar que soy una persona horrible”, le dice a Ingrid, que responde, desmedida, que al contrario, que ella es la persona más genial e interesante que jamás conoció. Ante semejante –y sincera- exageración, Taylor responde con un desnivelado cliché: “sos una buena amiga, Ingrid”. Desnivelado como esta no-amistad solo basada en una alcanzada en auto a través del desierto, la compra de un cuadro hiper kitsch y un perrito encontrado que nunca se perdió.

Pero para Ingrid eso es el mundo, esa validación de la amistad es una validación como ser humano digno y completo, y nadie le va a quitar su nueva frágil identidad. Pero el hermano de Taylor viene de visita, y resulta que conoció a otra influencer mucho más influyente que su hermana, y los planes amistosos que Ingrid tejió empiezan a resquebrajarse, con ninguneos y salidas canceladas, habladas por detrás y VIPs que la dejan afuera, porque ella, lo sabemos, no es uno de ellos. ¿Y por qué querría serlo? Nada demuestra que tengan algo en común; aunque paquetes y divinos y súper agradables, Taylor, su marido y su hermano no tienen nada para aportar que no sea un lugar común, una foto linda con un hashtag ingenioso y hasta-ahí.

Y esto parece dárselo a entender, sin mala leche siquiera, Dan (O’Shea Jackson) su novio ¿de mentira?, ¿de verdad?, fanático de Batman. A Dan le intriga Ingrid porque la entiende “distinta”, y resulta increíble lo paciente que logra ser cada vez que ella, en su egocentrismo despersonalizado, lo defrauda o lo complica o le choca la camioneta o le toma la cocaína que tenía en la guantera. El fanatismo de Dan por Batman también expone sus rasgos obsesivos, incluso con su spec-script (un guion no-pedido que el autor lleva a los estudios, otra relación desnivelada, esta vez con Hollywood) sobre el encapotado. Alguien podría decir que Dan es un tipo optimista, quizá en desmedro de sí mismo. Por eso, cuando Ingrid “necesita” llevar un novio a la reunión con Taylor, no duda en vestirse de Gatúbela en la cama para lograrlo. Pero no hay malicia en su actitud, solo medios para fines, el único fin que importa, ser aceptada por el objeto de deseo, una inversión de roles que se confunde entre lo parasitario y lo simbiótico, porque –si uno lo piensa- el sistema influencer en general necesita para existir de quienes se obsesionen por ellos, como fans, como seguidores, en una suerte de entelequia virtual.

Las máscaras de Batman y Gatúbela, las dobles personalidades, parecen hablar también de eso que se muestra hacia afuera, lo publicado, lo social, y aquello que es íntimo, privado, uno dependiente de lo otro. Pero específicamente Gatúbela asociada a Ingrid remite a otras mujeres gato, las de Val Lewton, Tourneur y Wise, mujeres extrañas que se alejan de la norma y que intentan pertenecer –no solo se sienten obligadas a hacerlo, sino que son presionadas por los demás-,mujeres con traumas que luchan con la normalidad y su propia identidad. Desconocemos la relación de Ingrid con su madre antes de morir, pero sabemos que estuvo enferma muchos años. No sabemos más que eso, como Ingrid no debe saber mucho más, porque Ingrid solo vive en la ansiedad de la expectativa, nunca en el presente, en la realidad.

Ingrid toca fondo al comprar la casa que Taylor quería para su emprendimiento con lo último que le quedaba de la herencia de su mamá. Sin poder pagar la luz, su celular se queda esperablemente sin batería. ¿Quién es Ingrid sin su celular? ¿Quiénes somos sin los likes y corazones de nuestros amigos y seguidores? Afuera es Halloween y Taylor, vestida elocuentemente de Alicia Silverstone en Clueless (Amy Hackerling, 1995) , evocando a esa Emma moderna e involuntaria (otra vez, máscaras y dobles personalidades), se da cuenta de que Ingrid esese fantasma que solo es una sábana con agujeritos como ojos, como el solitario y triste espectro indie de A Ghost Story (David Lowery, 2017). Que Ingrid sea un fantasma resulta deliberado, siendo que además, en terminología virtual, fantasmear es cortar de seco con alguien y desaparecerlo de tu vida. Pero también en lunfardo es aplicable el término, porque significa armarse una fantasía, mentir y mentirse sobre una realidad determinada. Ingrid, fantasmeada, ya flotaba en Los Ángeles, y desde antes también, quizá desde siempre; Ingrid es un fantasma porque, en realidad, Ingrid no existe.

Cuando Taylor finalmente expone a Ingrid, ella se graba diciendo que sabe que algo está mal en ella. Luego decide empastillarse, subir el video y poner un hashtag que indica su sinceridad: #YoSoyIngrid. Al despertar en el hospital lo primero que le pregunta a la enfermera es dónde está su teléfono. Rodeada de globos con forma de emojis, Dan le explica que vio el video y, como Batman, la rescató. La ironía: el video se hizo viral y el hashtag ahora es usado por todo el mundo. Incluso por Taylor.

Una banalidad más.

Calificación: 8.5/10

Ingrid Goes West (Estados Unidos, 2017). Dirección: Matt Spicer. Guion: David Brabson Smith, Matt Spicer. Fotografía: Bryce Fortner. Montaje: Jack Price. Elenco: Aubrey Plaza, Elizabeth Olsen, O’Shea Jackson Jr., Wyatt Russell, Billy Magnussen. Duración: 98 minutos. Disponible en Netflix.

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