Pasaron, casi, veintitrés años entre La libertad (2001) y Eureka (2024)

            Pasaron, casi, veintitrés años entre uno de los finales más memorables del cine argentino contemporáneo con esa presencia de indio, alimento, fuego y truenos y este otro de Eureka entre la ausencia, la extranjería y el pájaro bizarro con claros problemas de efectos especiales.

            Pasaron, casi, veintitrés años entre indios argentinos, indios yanquis e indios brasileños.

            Pasaron, casi, veintitrés años entre unas de las películas pilares de lo que se llamó el NCA (Nuevo Cine Argentino) y una de las películas más “pos” de ese movimiento que uno se pudiera imaginar. Al menos, en Lisandro Alonso.

            Pasaron, casi, entre esos veintitrés años, unos diez entre Jauja (2014) y Eureka.

            Pasaron, casi, entre esos veintitrés años, unos diez entre la película que cerró (¿clausuró?) el NCA y ésta que no inaugura nada; siquiera eso que llaman “la etapa madura del autor”.

            Alonso al principio y Alonso en el después. Alonso en el final.

            Fabián Casas en el guion. En el guion de Jauja y ahora en el guion de Eureka.

            Gran acierto -el de Casas- terminar Jauja con giro borgeano, de ese fantástico que según Ricardo Piglia el propio Borges había inventado como género.

            Torpe (bizarro, más bien) intento -¿el de Casas?- éste de Eureka mutando del fantástico borgeano al realismo mágico y/o real maravilloso macunaimesco, macondiano.

            En estas coyunturas se amanece Eureka -porque es una película atravesada permanentemente por coyunturas literarias y cinematográficas; por lo que supo filmar Alonso y por esta nueva etapa con guionista literato-: una “rara avis” por momentos fallida, por momentos casi interesante, producto de un Alonso con guiño a lo comercial -pero en sus términos- y los fetiches e ironías literarias de Casas que se notan y mucho.

            En Eureka hay ficción dentro de la ficción. Hay cowboys pero no hay gauchos. Hay indios yanquis y brasileños pero no hay indios del norte, del litoral y del sur argentino. Hay Estados Unidos y Brasil pero no hay Argentina. Hay idiomas tribales e inglés, pero no hay español ni silencio que valga la pena.

            Hay planos larguísimos, muy alonsianos, que eran una poética más que válida hace veinte años atrás dentro de las normas del NCA pero que ahora resultan en una especie de estética forzada al borde de lo innecesario.

            Hay una Chiara Mastroiani extremadamente bella y hay un Viggo Mortensen que junto al personaje de la joven india basquetbolista, sea lo mejor de la película.

            Hay un tren (herzogueano) atravesando la noche y la selva amazónica que salva la película de lo que sea que haya que salvarla.

            Hay, casi, veintitrés años entre La libertad y Eureka y una misma urgencia por liberarse… La de los personajes: de sus vidas y contextos[1]; la de Alonso: de que lo sigan nombrando dentro del NCA por más que él lo haya cerrado con Jauja.

            Está, en definitiva (y valga la redundancia), Eureka y sus dos horas y media largas, -muy largas por momentos- después de que hace mucho estuvieron las maravillosas Los muertos (2004) y Liverpool (2008). Está Eureka y no mucho más que eso. Tampoco, menos.

Eureka (Argentina / Francia / Alemania / Portugal/ México / Países Bajos; 2023). Guion y dirección: Lisandro Alonso, Fabián Casas, Martín Caamaño. Fotografía: Timo Salminen, Mauro Herce. Edición: Gonzalo del Val. Elenco: Viggo Moretensen, Chiara Mastroianni, José María Yazpik. Duración: 146 minutos.


[1] Como en su primer corto, del año 95, Dos en la vereda

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