Por Pietro Bianchi
Traducción: Marcos Rodríguez
 
Empezamos con las noticias en una película en la que, aparentemente, debería haber muchas, pero en la cual, en cambio, hay pocas y casi por error. Antes incluso de que se hubiera terminado de filmar la película de Bellocchio, llegó la noticia de que el Consejo regional cerró la Comisión del Film de Friuli Venezi-Giulia (que financiaba Bella durmiente), y transfirió sus competencias a la Hacienda de Promoción del Turismo FVG. La venganza política de la Junta Regional -de centro derecha- de Friuli contra una institución cinematográfica óptima e inteligente, es de hecho una afirmación y una confirmación inconsciente de la tesis de fondo -si es que así podemos llamarla- de esta película. Bella durmiente está inmersa en una atmósfera en la cual todos hablan solos, sin escucharse, y observan atónitos la pantalla de un televisor que parece estar dentro de un encantamiento. Con un trasfondo de gritos, histeria e insultos, cobra forma un enfrentamiento político surrealista siempre y constantemente en tensión. Como dijo Bellocchio en la conferencia de prensa a propósito del estreno en Venecia, “Italia es una bella durmiente”, y lo confirma sobre todo el hecho de que aparece envuelta en una burbuja de jabón de irrealidad, encantada por sus propios fantasmas, y esclava de ellos.
 
Es así que uno de los más grandes malentendidos que hay en esta película termina paradójicamente por confirmar la precisión del gesto que realiza Bellocchio. En una película que no hablay que no quiere hablar de la historia de Eluana Englaro, basta con mencionar su nombre para desencadenar los resentimientos políticos más dispares. Pero es sabido que la censura se ejerce siempre sobre una culpabilidad fantasmagórica antes que real. Y es así que Bellocchio es acusado de una culpa que no puede tener, puesto que el célebre “caso Englaro” no es el tema de su película, sino apenas el nudo en torno al cual toman forma una serie de obsesiones, miedos, deseos y… también fantasmas. Basta con nombrar (a Bellocchio ni se le ocurriría mostrarlas) las figuras de Eluana y Peppino Englaro, para que aparezcan los diarios, las instituciones y los formadores de opinión. Es un caso ejemplar de cómo las polémicas que acompañan a una película pueden continuar sin solución de continuidad en el interior de la película misma. Casi como si la película, consciente de las reacciones que iba a generar, las hubiera querido incluir en su interior.
 
 
Pero vamos con la película. El motivo es observar lo que sucedió esos siete días, del 3 al 9 de febrero de 2009, cuando el cuerpo de Eluana Englaro fue llevado a la clínica Villa Quieta, en Udine. Bella durmiente, que es una película política, expone implícitamente un problema central para la política de hoy: ¿qué sucede cuando un caso político o, para ser más precisos, un caso simbólico termina condensando expectativas, deseos y miradas en el interior de un espacio colectivo? ¿Qué sucede cuando una historia particular encarna en sí misma una multiplicidad de destinos? ¿Esa historia deja de ser simplemente sí misma y se convierte en un posible universal? Bellocchio elige un camino ambicioso y una tesis que es todo menos débil: el cuerpo de Eluana no es una cuestión privada, sino el escenario en el cual estalla una dimensión pública que, enferma de solipsismo y narcisismo, no logra reconocerse como tal.
 
La pregunta que decide hacerse la película es: ¿este elemento, que llamaremos por comodidad Eluana Englaro, es el signo de una posible redención de esta dimensión pública o es simplemente el fantasma que le impide a todos los personajes que están alrededor comenzar nuevamente a reconocerse el uno al otro? ¿La historia de Eluana y los fantasmas que, de forma siempre diversa y singular, agita esta historia en cada uno de los personajes de la película es el signo de un obstáculo o es el evento desencadenante de una posible redención? A través de este pequeño evento que ocurrió en una clínica de Udine en 2009, ¿qué sucedió con el universo que tenía alrededor y que por un momento pareció estarencantado con eso?
 
Se nos perdonará que regresemos por un momento al psicoanálisis, una disciplina todo menos ajena a la cinematografía de Bellocchio, que en este caos puede lanzar una luz inédita sobre la película. Este problema, de hecho, plantea una cuestión muy precisa del pensamiento psicoanálitico: ¿cuándo es que un elemento, que se remite a cuestiones fundamentales para el sujeto, se hace portador de una posible y ulterior conciencia de sí mismo, y cuándo, en cambio, se convierte sólo una excusa para que eso no suceda? Según el pensamiento de Freud, los caminos posibles son dos: o el elemento es un síntoma, y es entonces la encarnación de la verdad singular de un sujeto (y del sujeto en su dimensión más auténtica); o en cambio es un fetiche, es decir es el obstáculo que hace que pueda continuar deseando no saber nada de sí mismo. La función de estos dos conceptos es opuesta, pero su modalidad de aparición puede parecer similar: en la indistinción de lo real un elemento termina por atraer sobre sí mismo toda la atención y todos los deseos. La pregunta entonces es: ¿Eluana es un síntoma o es un fetiche?
 
Bella durmiente decide no decidir. Eluana es las dos cosas al mismo tiempo. La inteligencia y la delicadeza de la película de Bellocchio se revelan en la materialización en la propia imagen del terreno espúreo y gris en el que las dos cosas se superponen. Eluana es un fantasma para todos aquellos que están alrededor de ella, pero sus destinos están abiertos. En torno a ella cobra forma el esfuerzo para superar este encantamiento fantasmagórico, pero al mismo tiempo –y en la misma imagen– el encierro inexorable sobre sí mismo.
 
La historia de la madre interpretada por Isabelle Huppert es ejemplar en este sentido. Esta ex actriz de gran éxito convirtió su propia casa en una especie de clínica devocional para su bellísima hija en coma. Fervor religioso, obsesión por el estado de la hija y una vida totalmente absorbida en práctica de esos cuidados, constituyen en realidad un enigma en torno a los propios deseos particulares. Se superponen dos elementos: la obsesión con su propia imagen (se mira constantemente en el espejo cada vez que pasa por el pasillo), y la desatención a veces casi rabiosa hacia el marido y el hijo varón. El hijo hace de todo para atraer la atención de la madre (con una insistencia a veces incestuosa), pero la relación con la imagen de la hija durmiente es demasiado fuerte. La historia de la madre se superpone con la historia dramática del hijo que le pide amor y llega casi a apagar las máquinas para interrumpir el coma de la hermana. La noticia de la muerte de Eluana opera un corte: la madre decide sacar todos los espejos de la casa. No se dice si este evento generará un cambio y mucho menos en qué dirección. Sólo se dice que el cuerpo de Eluana, que hasta ahora era simplemente una imagen de fondo omnipresente en la pantalla del televisor, dejará una marca.
 
Se percibe el mismo registro en las otras historias. El senador Uliano Beffardi, ex socialista y ahora miembro del PDL, ve en el voto sobre Eluana en el Senado no la oportunidad de una especulación política (como pretenden los otros), sino el recuerdo de la experiencia de la enfermedad degenerativa de su esposa, y el trauma de haber sido él mismo quien le puso fin. En este caso, por amor. El objeto inconfesable de esta experiencia, el deseo de reivindicarla públicamente, y la incapacidad de nunca habérselo dicho a su hija (María, una católica ferviente que en esa vigilia frente a la clínica encontrará las contradicciones de un amor convulsionado), se precipitan con la muerte de Eluana. Que también aquí operará un corte y dejará una marca. Nuevamente no podemos saber a qué conducirá esta marca.
 
También asistimos a la experiencia del doctor Pallido, médico de la clínica, quien mientras los otros quedan presos de la especulación política alrededor de Eluana, se verá afectado lateralmente por una joven tóxica y por su intento de suicidio. Frente a la pregunta “¿Por qué no me dejás morir?” que le hace la joven interpretada por Maya Sansa, resuena una pregunta sobre la razón por la que él médico la rescata. ¿Por qué salvar una vida? ¿Por qué salvar muchas vidas? Su opuesto es de hecho la búsqueda de la muerte. Si es cierto que sólo se puede vivir a través del deseo de otro, el médico descubrirá por primera vez que su trabajo no tiene que ver únicamente con la frialdad de los cuerpos, sino también con un problema de sentido. Bellochio elige esta historia para el último tramo como una elección humanista claramente consonante con la ideología actual, pero no por eso privada de una notable eficacia cinematográfica (el diálogo entre los dos es sin ninguna duda uno de los momentos más altos de la película).
 
 
Eluana fue un cuerpo lleno de sentido, pero sólo porque a través de la singularidad de su historia pudieron expresarse diversos deseos que por una vez tuvieron la posibilidad de encontrar palabra. Bellocchio nos quiere decir que por debajo de una política embrutecida hay una dimensión de posibilidad que necesita encontrar un alfabeto singular para poder expresarse. La dialéctica de declaraciones contrapuestas en torno a Eluana no reconoce el hecho de que existen deseos, historias, expectativas, sujetos que deben encontrar su propio reconocimiento y una forma plena de sentido para poder hablar. Más allá del ruido de fondo de la televisión. ¿Alcanzará una política de los individuos para esto? Tenemos nuestras dudas sobre ello a pesar de la eficacia de una película ambiciosa e inteligente como Bella durmiente.
 
Texto publicado en Cineforum n. 518, Oct 2012.
 
 
Bella Addormentatta (Italia/Francia, 2012), de Marco Bellocchio, con Isabelle Huppert, Toni Servillo, Alba Rohrwacher, May Sansa, 115′.

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