La brevedad es una característica en Emma, una que no parece haberse constituido conscientemente: a pesar de sus largas contemplaciones intimistas no consigue ver más allá de lo que se detiene a observar.

Emma abarca una diversidad de factores que favorecen y posibilitan el aislamiento y la soledad, pero lo que preocupa a sus personajes no es lo que persigue la puesta en escena en su despliegue narrativo. El espectador se pregunta por el origen del mutismo de su protagonista, se pregunta por el pasado de Juan, pero pasado el tiempo de exposición de ambos personajes, la intriga se desvanece porque la focalización se desplaza, insistiendo de allí en más en la construcción de esta relación entre ambos.

Juan (Germán Palacios) respira horriblemente. El carbón de las minas de extracción no le ayuda a recuperarse. Algo pesado está guardado dentro suyo, algo que lo deteriora progresivamente y lo hace con libertad, no se ven sus intenciones de recuperarse. Estar consciente de esta inminencia parece haberlo suavizado, sus gestos son sencillos, entristecidos, parece signado mas por sus recuerdos que por el tabaco y el alcohol. Callado y somnoliento, apenas resalta en presencia de Anna (Sofía Rangone), la mujer a quien socorre en la ruta luego de un accidente que no se explica demasiado. El marido (o pareja) de Anna se encuentra desaparecido, incluso se lo da por muerto. Lejos del duelo y de la intriga inquietante, en Anna hierve una sexualidad urgente. Se acerca a Juan nuevamente, y a pesar de su extrema introspección y timidez, se muda a su casa casi de inmediato y allí mantienen un breve romance.

Emma no habla, no sabemos el porqué, a Juan no le importa y eventualmente tampoco al espectador. Él le brinda alojamiento y ella absorbe su café con whisky y su rutina de guiso con papas. El cariño mutuo se construye en los pequeños gestos, sin embargo algo los detiene cuando se enfrentan, las emociones que desarrollan internamente, carecen de precisión y se disuelven en la distancia. Los personajes conservan sus preocupaciones y estas permanecen en ellos, en sus ensueños forjan caracteres sin sorpresas y la brevedad de sus intentos los deja varados en un distanciamiento anecdótico. Este sosiego que ambos mantienen de forma intimista, intenta adquirir complejidad, pero lo no dicho queda bloqueado, los personajes de Emma son lineales y eso impregna las atmósferas con una remanente incertidumbre que habilita la instauración y el avance de cierta monotonía, embarcada dentro una Patagonia aislada, que funciona como el tercer cuerpo que la contiene.

Anna y Juan no revelan pistas sobre el planeamiento encriptado de los acontecimientos. La historia termina con la  irrupción de la ex esposa de Federico (Jazmín Stuart) en una incomoda escena, que intenta ser un disparador que lejos de acelerar el drama lo disipa, dejando una leve bruma que dificulta la llegada de un clímax concreto; el momento en el que Anna decide pasar la noche con otro hombre (Ezequiel Díaz), su furor sexual se vuelve extraño y ella lo rechaza, regresa a su país, y así comprendemos la causa del mutismo (su incomprensión del español) que ya ha dejado de ser una información necesaria y apremiante. El desenlace se prolonga en un hospital, con la llegada de una hija entre ambos.

La trascendencia como esperanza reduce las posibilidades de alcanzar el fatalismo que Emma busca durante toda la película, con su tono sobrio e intimista, devolviendo el clásico foco de esperanza que intenta dejarlos satisfechos a todos.

Emma (Argentina, 2018). Dirección: Juan Pablo Martínez. Guión: Juan Pablo Martínez. Fotografía: Adrián Lorenzo. Edición: Javier Favot. Elenco: Germán Palacios, Sofía Ragone, Jazmín Stuart, Ezequiel Díaz. Duración: 76 minutos.

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