Lo primero que se me ocurre antes de escribir sobre Elijo creer (Gonzalo Arias; Martín Méndez; 2023), es que no hay ninguna necesidad de hacer una película sobre la gesta deportiva producida por la selección argentina de fútbol durante el mundial de Qatar 2022. El prejuicio intelectual que surge como un acto reflejo inmediato es que todo se trata de una especulación comercial para usufructuar el merchandising de la pasión colectiva. Esta película es una versión 2.0 de Héroes (Tony Maylam; 1987) la película promocionada por la FIFA en 1986 que mostró la coronación de la selección argentina liderada por Diego Maradona y dirigida por Carlos Salvador Bilardo. La principal diferencia entre ambas películas es que en este caso Elijo creer es una película argentina producida por la AFA, que da cuenta de manera exclusiva de la experiencia mundialista desde la perspectiva de la selección argentina de fútbol. La voz en off de Ricardo Darín es el soporte narrativo del relato y funciona muy bien acompañando las imágenes ensoñadas de la proeza por todos conocida. El trabajo periodístico liderado por Pablo González también se encuentra a la altura de lo que los protagonistas excluyentes del relato (los jugadores y el cuerpo técnico) se merecen.

La película tiene tres momentos narrativos preponderantes. El primero es el binomio compuesto por el inicio mundialista con la sorpresiva derrota 2-1 frente a Arabia Saudita y la angustiante victoria 2-0 frente a México. Se hace hincapié en la importancia anímica de esa primera victoria frente a los aztecas que terminó significando una inyección espiritual determinante para el equipo argentino durante el resto de la copa. El otro momento central del relato es el partido de cuartos de final frente Países Bajos.

Durante los días previos, el entrenador neerlandés Louis Van Gaal estuvo calentando innecesariamente la previa al encuentro con Argentina. Van Gaal ocupa en el relato el lugar del villano que cualquier película de género que se precie necesita para sostener la tensión dramática. Desde hace dos décadas el técnico tiene una relación tensa con varios íconos del fútbol argentino. A comienzos del siglo XXI mantuvo una relación distante con Juan Román Riquelme cuando ambos compartieron plantel en el Barcelona previo a la era Messi-Guardiola. Van Gaal relegó a Riquelme, que llegaba a Europa con chances de erigirse en una de las figuras del fútbol mundial, y no le dio al máximo ídolo xeneise la oportunidad de mostrar todo su talento. Una década después, Van Gaal tuvo dificultades en el Manchester United con Di María, que venía de ser múltiple campeón con el Real Madrid. A esos antecedentes previos se le sumaron unas declaraciones polémicas previas al encuentro de cuartos de final donde el DT se refirió de manera despectiva a la incidencia de Lionel Messi en el juego argentino cuando el equipo albiceleste no tiene la pelota en su poder. El desempeño arrollador del equipo argentino con la asistencia maradoniana de Messi a Nahuel Molina en el primer gol, junto a la remontada holandesa y el condimento dramático de la tanda de penales (en donde «Dibu» Martínez dio cuenta de su infinito magnetismo), es uno de los momentos paroxísticos de la película.

Luego vinieron las semifinales y la exhibición notable del equipo argentino frente a la siempre compleja Croacia, liderada por ese jugador notable que es Luka Modrić. El extraordinario gol de Julián Álvarez emulando a Mario Kempes en la final del mundial ’78, y el tercer gol también concretado por Álvarez luego de la maravillosa jugada de Messi donde sacó a pasear por toda la cancha a Gvardiol. Este fue el pico máximo de rendimiento del inolvidable equipo dirigido por Lionel Scaloni. El clímax definitivo del relato es la final con Francia. Sin dudas ese partido no solo es el gran momento de la copa del mundo de Qatar, sino que se ha transformado en uno de los grandes partidos de la historia de los mundiales. Fue un partido que lo tuvo todo y la película está a la altura de lo que significó ese juego. Los primeros 70 minutos del partido lo tuvieron a Argentina como dominador exclusivo de las acciones. El gol de penal de Messi y el gol de Di María concretando un contraataque explosivo en lo que sin dudas es uno de los grandes goles en la historia de los mundiales están narrados como todo futbolero desearía. En el segundo tiempo, en dos minutos el sueño parece derrumbarse. Primero un error de Otamendi que termina con un penal que concreta Mbappé y luego el empate con un gol infernal del mismo Mbappé al impactar una volea inatajable para «Dibu» Martínez y para cualquier arquero que habite el mundo de los humanos. Después el partido entra en su zona volcánica. Ya en tiempo extra Lautaro Martínez dispara un tiro furibundo que Lloris no logra despejar completamente y que le permite a Lionel Messi convertir el tercer gol del partido. Finalmente, cuando todo parece que está terminado un penal de Gonzalo Montiel es cambiado por gol por Mbappé, que convierte su tercer gol en el partido. El final no podría ser más cinematográfico. Un despeje largo de un jugador francés deja mano a mano a Kolo Muani con dibu Martínez que sale a achicar el ángulo de tiro y logra su propósito de desviar el balón que tenía destino inexorable de gol. Es sin duda una de las atajadas más impresionantes de la historia de los mundiales. El final se parece al de dos boxeadores que extenuados siguen dándose golpes hasta que finalmente sucede la inequívoca y melancólica campanada final. Es el momento cumbre de la definición por penales. «El Dibu» Martínez contiene de modo descomunal el penal pateando por Coman y luego Tchouaméni erra su tiro. Finalmente, Gonzalo Montiel sella su pacto con la eternidad convirtiendo el penal que decreta que Argentina se corone por tercera vez en su historia como campeón del mundo. La película inicia con la larga caminata de Montiel frente al punto del penal y finaliza con la conversión de dicho penal.

Volviendo al inicio, uno puede caer en el gesto intelectual de pensar el sentido de filmar una película sobre una gesta por todos conocida y que en términos de relato cinematográfico no es innovadora. Por otra parte, la película tiene obvias fallas al centrarse exclusivamente en las vivencias del seleccionado argentino e ignorar el resto del evento del que Argentina formo parte. La trascendencia del rival en la final y de Mbappé, que es sin dudas el mejor jugador de fútbol de la actualidad, queda relegada a un segundo plano impidiendo de este modo pensar en la complejidad que implicaba jugar ese partido final. Si Elijo creer hubiera elegido la opción de ir en paralelo contando las peripecias del seleccionado francés el final de la película seguramente hubiera representado otras dosis de dramatismo e impacto. Mbappé y sus compañeros eran el archienemigo perfecto para construir un contrapunto dramático como el que la película necesitaba. Por último, la muerte de Diego Maradona también se mantuvo ausente del relato, y esa ausencia en términos narrativos es difícil de digerir. La obvia identificación entre Messi y Diego es algo que podría haber potenciado aún más la epopeya de Qatar, historizando el recorrido esquivo de Lionel desde su primer mundial en Alemania 2006 hasta su coronación en 2022, en su quinta participación en la copa del mundo. Todos estos defectos narrativos se compensan con las notables entrevistas en donde se destacaron todos los jugadores pero que tuvieron al «Dibu» Martínez como el imán carismático de la epopeya. La principal virtud de la película, además de la voz en off de Darín y del esmerado trabajo de producción, consiste en poder pensar en términos de memoria cinematográfica una experiencia sensorial imposible de clasificar y que se conservará a lo largo del tiempo como parte de la educación sentimental de nuestro pueblo. En tiempos de relatos colectivos plagados por la desesperanza y la conmoción, pensar un nosotros festivo y que invite a pensarnos como una patria feliz es más que suficiente para que las criticas cinematográficas que tiene la película queden relegadas al lugar de los debates intrascendentes. Reivindicar el derecho al goce es un mérito que, aunque no se pueda calificar en términos estrictamente estéticos, hace de Elijo creer una aventura plena. Ni más ni menos.

Elijo creer (Argentina, 2023). Dirección: Gonzalo Arias; Martín Méndez. Guion: Martin Méndez. Fotografía: Gustavo Pagano. Edición: Mana García. Duración: 103 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: