Cría cuervos. En el principio de Elena la cámara se acerca a un edificio de departamentos. Lo hace mediante un travelling que describe una curva y se detiene ante un balcón a una distancia que impide ver el interior. Además, entre la cámara y la vivienda se interpone un árbol. En sus ramas se han posado dos pájaros. La banda de sonido registra un único ruido de todos los posibles en esa circunstancia: el graznido de un cuervo. Los pájaros posados sobre las ramas no son cuervos. Si se tratara de un director cinéfilo, el espectador podría pensar en una referencia a Los pájaros de Hitchcock, pero Zvyagintsev no lo es, al menos en cuanto a su estilo. Detallista hasta la obsesión en los encuadres, prefiere los largos planos generales y un montaje acorde que establece un ritmo pausado. Cine ruso, o más bien esa particular forma de apreciar el tiempo que parece propia de la cultura rusa. Ejemplo: cuando la cámara atraviesa la ventana y entra al departamento mediante un corte, hay varios planos de interiores sin presencia humana, con muebles y artefactos domésticos, todos bañados por una luz tristemente dorada que viene del exterior. Una luz que hemos visto, leído y adivinado en tanto arte ruso (del poco que conocemos). La luz de Tarkovskiy y Sokurov, pero también la luz de Chéjov y, a través de -y antes que- todos ellos, la milenaria luz icónica, despreocupadamente ajena a la perspectiva, de las iglesias (el Andrei Rublyovde Tarkovskiy y su visión esencial y desmesurada de la historia rusa) marianas y ortodoxas. Rusia es mujer, una mujer doliente vestida de taciturnos colores vivos.

Elena también es mujer, una mujer rusa y actual que se viste de gris y vive con su marido Vladimir en el lujoso piso de éste. La de ellos es una pareja madura. Viudos ambos, sus segundas nupcias suponen una unión desigual. No duermen en la misma habitación y ella ocupa el segundo plano como una especie de doméstica sin sueldo con beneficios de sexo esporádico y desahogo económico. Elena es la primera en despertarse, abre las cortinas para que se haga la luz -una luz uniforme desde la aurora al atardecer-, despierta a su marido, le sirve el desayuno. Rico y ocioso, Vladimir no debe haber hecho su fortuna solo en la Rusia capitalista. Uniformes y condecoraciones militares indican que ha sido un personaje del pasado soviético. Vladimir es, en el orden doméstico y familiar, la encarnación del déspota absoluto clásico en la historia rusa, desde Iván el Terrible hasta Stalin pasando por Pedro el Grande o el pequeño Putin ilustrado. Escéptico y dominante, reina en su palacio post moderno de fríos y funcionales mármoles grises. Elena no es menos escéptica que su esposo, pero su descreimiento está hecho de sumisión y sacrificio. Tiene un hijo –Sergey- que vive con su familia en un sórdido departamento, parte de un monoblock típico de la era soviética. Cuando Sergey se acoda en el balcón con una cerveza en las manos y mira hacia el frente, su horizonte es una pared de departamentos iguales al suyo. Sergey escupe hacia abajo, sus semejantes de los pisos inferiores solo merecen un salivazo; cualquier idea de solidaridad ha sido sepultada, por la historia o por la abulia proletaria. Sin pasado, sin trabajo, sin futuro ni interés por conseguir uno u otro, la vida rusa de los millones de Sergeys es un presente continuo de cerveza y play station. El sueño terminó y muchos ni siquiera alcanzaron la vigilia.
Dinero en efectivo, por lo tanto de origen oscuro (“Toda la plata es afanada” decía Caetano a través de El oso en Un oso rojo), es lo que necesita Sergey y tiene Vladimir. Tener o no tener. Juventud y potencia sexual como para embarazar a su mujer; vejez y dinero acumulado como para almacenar Viagra y comprar potencia juvenil. Pero ¿quién tiene el verdadero poder? ¿Estos hombres impotentes de dinero o erección? ¿Estas mujeres, fecundas como Tatyana la esposa de Sergey, o promiscuas, frías y amorales como Katerina la hija de Vladimir, o sufrientes arteras como Elena, manipulando pócimas mortales, santa bruja eslava y medieval, dueña de su debilidad y su ciencia? ¿Ganadores? Tal vez Elena y su familia, okupas del mundo opulento de Vladimir, y el nieto de Elena escupiendo hacia abajo como su padre, ahora desde un balcón lujoso. Triunfo transitorio hasta que Katerina despliegue sus propias brujerías posmodernas. Dinero, rublos, euros o dólares entibiando el frío de lo real. Cuervos graznando durante todo el metraje, en especial ante cada aparición de Vladimir. Cuervos mortuorios en un mundo invernal, excepto en la última escena con el mismo travelling, el mismo árbol, pero ningún pájaro, ningún graznido, ninguna presencia humana. ¿Apocalipsis? Nada de eso. El sueño terminó y ahora hay que afrontar la vida diurna, la realidad que, como dijo otro líder, es la única verdad.

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