Hay algo allí. Algo oculto bajo la luz de Long Beach. Algo que la cámara de Nicolás del Boca y Carlos Reza, en un terco y tenso juego de toma y daca, revela como un Barthes arrabalero y llorón: que la Patria, ese ideologema que actúa como un aglutinante transhistórico y metaespacial, está en el extranjero, en aquel territorio mítico donde los pastos crecen a la sombra de las vacas.

Manuel es un actor fracasado que, tras la crisis delarruística de 2001, vive ese destierro en Long Beach como un purrete al que la madre abandonó. Lleva su pedacito de Argentina dentro -“un pedazo de sol en el alma”, según escribiera Gelman- y recuerda con su bravura pampa a uno de los grandes poetas de su patria abandonada, Manuel Mujica Lainez, quien alguna vez dijo: «El hombre debe volver a la naturaleza para encontrar las raíces, lo verdadero. El único asado argentino que merece llamarse así es aquel que da la vaca muerta a puñetazos”.

Fabiana, por su parte, es una piba de barrio pero sin barrio, la costurerita que dio el mal paso, una especie de Maga cortazariana que vive lo que Manuel intelectualiza pero no alcanza a vivir, que actúa un rol que Manuel escribirá a destiempo, cuando ya sea demasiado tarde para secar las lágrimas de Andrea del Boca, que tal vez llora a la hija muerta o, tal vez, llora al ver su peinado en la pantalla el día del estreno.

Es que, al igual que el insecto que circunvala la bombilla incandescente y repite la órbita terrestre sin ser consciente de la alegoría, este film sintetiza y representa una época.

El buen día al que alude la película es esa jornada feliz donde el andamiaje posmoderno del siglo XX entra en un bucle de realimentación que transforma su pacatería rizomática en una gramática retráctil, en un ser-en-imagen-tiempo que se regurgita a sí mismo como idéntico y como otro.

Hay algo allí. Algo oculto bajo el ropaje de Fabiana (mención especial merece la escena de los sombreros), quien, cual moderna Difunta Correa, metaforiza con una interpelación sígnica la figura de la teta-madre-patria que circula como un valor de uso y, al mismo tiempo, como un campo de no-sentido dentro de la trama del film. El diálogo, protagonista (o mejor, antagonista o tal vez antihéroe) del film, es claro: ella no puede triunfar en el cine, porque para eso hacen falta tetas grandes. Y aquí, aunque la imagen muestre un busto generoso, lo que cuenta es el calibre de las palabras y no el de las mamas de Solá.

Entonces, bajo estos signos corresponde leer las nociones de otredad y extranjería en el film: el peinado de Andrea del Boca, el talle del portasenos de Fabiana, el nivel de mímesis de Manuel con Humberto Castagna, el asado argentino, la Difunta Correa, Barthes, Gelman, Pascual Contursi y Alberto Brunello.

Y es dentro de esta constelación -que, como la luna, chapalea sobre el fango- donde se ordena la trama secreta de Un buen día. Su orden enigmático es el del cosmos, que aparece como caos para una inteligencia menor a la de Dios; su mensaje es una verdad revelada; su diatriba, ese espíritu revolucionario alejado por partes iguales de la autocomplacencia y de la rebeldía indirigida, parece destilar un último mensaje: “a mí, Linklater me la trae floja”.

Hay algo allí. Un leit motiv visual y dramático, que lleva a Aníbal Silveyra a bajarse los pantalones escena tras escena, que lleva a Lucila Solá a caminar sin rumbo por una trama de idéntico destino (un espejo que refleja un espejo, que refleja un espejo, que refleja…), que lleva al montajista a romper el raccord cada vez que Sánchez Biosca desaconseja hacerlo, al sonidista a plantear un doblaje tan brechtiano como fuera de sincro, al director de fotografía a recordarnos que el que murió de SIDA fue Néstor Almendros y por eso faltó a la cita, y al guionista a avergonzar a sus parientes y amigos, y que, finalmente, descubrimos como un último gesto de la grandeza de Del Boca. Esta película, que significativamente se llama Un buen día, viene a completar el espacio que Linklater dejó vacío entre el amanecer y la hora del mate.

Un buen día (Argentina, 2010), de Nicolás del Boca y Carlos Reza, c/Lucila Solá, Aníbal Silveyra, Andrea del Boca.

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