Basada en la novela homónima de Thomas Savage, la película de Jane Campion propone una relectura del western clásico donde el duelo, la lucha territorial y los deseos reprimidos entretejen subterráneamente un caldo de cultivo en que el silencio y las sutilezas funcionan como potencia del destino trágico inapelable.

El casamiento de George (Jesse Plemons) pone en jaque el sistema de vida de su hermano Phil (Benedict Cumberbatch), quien siente la presencia amenazante de esa civilización en forma de familia burguesa representada por el ingreso de Rose (Kirsten Dunst) y su hijo Peter (Kodi Smith-McPhee) al rancho paterno.

Es en esa tensión que comienza a debatirse el lugar de cada uno y la defensa del territorio. La acción se sitúa en 1925, momento crepuscular del cronotopo del western, donde esa mítica fundacional comienza a dar paso a una nueva era. El antiguo mundo del cowboy y la llegada de la civilización ya no van de la mano del tren que conquista territorio, expansionista, sino del automóvil que achica las distancias entre los asentados. Es por eso por lo que, en El poder del perro, el conflicto territorial como tópico no se retoma en relación con la colonización, la apropiación de vastos terrenos, sino en clave intimista, en la puja por adquirir y mantener el dominio sobre el propio hábitat, sobre una mansión y su terreno. Es en ese sentido que el conflicto con los indios ha pasado a segundo plano y la oposición ontológica, estructural dentro del género, que separa la civilización de la barbarie se instaura en un lugar donde la barbarie no es encarnada por los indios, sino por quienes se rehúsan a acceder a la vida moderna civilizada. El terreno que ocupa la mansión y sus habitantes se pretende una “Isla de civilización”; isla a la que George quiere insertarse, y que le devuelve una mirada despectiva y burlona. Su contraparte será Phil, quien, a pesar de asistir a la universidad en la rama de estudios clásicos prefiere abrazar la naturaleza, la animalidad y no se resigna a atarse a las buenas maneras civilizadas a las que le intenta arrastrar su hermano. Ni uno ni otro se encuentran conformes con el lugar que ocupan; después del matrimonio, Rose también se encuentra enraizada en un lugar al que no pertenece y en el que no se siente cómoda.

Esa disputa se librará en muchos terrenos de la vida cotidiana y tendrá su punto álgido en el duelo que se da entre el hombre y la mujer, que luchan por un lugar en esa tierra. Pero, además, lo que se juega en ese duelo en el que la precisión de las balas se ha convertido en la precisión en las notas de Strauss son dos modelos sociales, de clase: la elegante opulencia del piano, símbolo de la civilización y el mundo moderno, contra las notas campestres del banjo, ligado hasta el día de hoy a la cultura americana con los rednecks. Phil no pertenece -eso sí, como héroe clásico del género- a la casa. Y por eso Campion le regala un encuadre a contra luz que lo toma de espalda, emplazado en el granero con la casa de fondo, en tomas que recuerdan la forma en que Ford encuadraba a Ethan (John Wayne) en The Searchers (1956). Por su parte, Rose accede al campo siempre a través de las ventanas, adentro de la casa. Es la delimitación de los lugares la que caracteriza a los personajes, y por ese motivo, las tomas amplias de la llanura fastuosa como lugar común del western clásico -cuyos paisajes estaban dominados por el exterior, por planos generales-, sirven como contrapunto para los ambientes encerradísimos que contienen a los personajes, para los planos cortos que buscan los ojos sufrientes y llenos de odio como única expresión del mundo interno acongojado que cada uno de ellos guarda bajo llave. Ese afuera prácticamente no tiene cabida dentro de la trama más que en alguna que otra toma, donde el aire libre no hace más que exponer la grandeza de todo eso que asfixia internamente a los personajes en un aire trágico, además, mediado por la fatalidad.

La muerte y las diferentes formas de disecación como manera de aliviar el duelo abren la película y atraviesan todo el relato. A partir de la introducción narrada por Peter, esa porción de Montana se erige como terreno de muerte y de lucha, donde las figuras paternas caídas deambulan como fantasmas, en ciernes de una nueva encarnación: hijo en busca de seguir los pasos paternos y discípulo en busca de seguir -y de suplir- los pasos del mentor. Se plantea la posibilidad de que la historia entre Bronco y Phil se repita, con Peter como protagonista, dejando en evidencia una tensión sexual que se manifiesta desde la primera escena en la que se encuentran ambos personajes, y que halla a Phil jugando con la flor que le pertenece al muchacho. Además de ser unidos por las flores, los une el movimiento circular (mientras Peter juega con un hula hula, Phil gira una silla sobre su eje). Un movimiento circular que determina el recorrido cíclico que marcará toda la historia, donde el diálogo del comienzo justifica el acto final, y donde los personajes buscan repetir los roles anteriormente mencionados. Además, las tiras de cuero que Phil usa para hacer sogas, se asemejan a las tiras de papel que Peter usa para hacer flores, a pesar de ser materiales diferentes, con fines opuestas (la contemplación una, la practicidad la otra) y caracteres contrapuestos (la delicadeza una y la dureza la otra).

Esto es así porque Phil pretende mantener con vida y replicar las maneras de su mentor, Bronco Henry, que funciona como el ideal del héroe del género en su etapa clásica, un héroe valiente y solitario. Es una alusión a ese pasado mítico que actualmente está imposibilitado de ocupar un lugar en la pantalla y deja en cambio a personajes protagónicos que pone en crisis ese modelo masculino, mostrándose frágiles e incluso llorando ante la posibilidad de encontrarse solos. Un llanto sosegado, potenciado por la brevedad del gesto que se desenvuelve en climas sobrios, en los que las sutilezas se van cocinando lentamente, sin sobresaltos, sin ampulosidades lacrimosas, y lo no verbalizado cobra fuerza precisamente a causa de esa represión, y comienza a expandirse desde los primeros minutos hasta lograr consumirlo todo.

Calificación: 9/10

El poder del perro (The Power of The Dog, Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda; 2021). Guion y dirección: Jane Campion. Fotografía: Ari Wegner. Edición: Peter Sciberras. Elenco: Benedict Cumberbatch, KirstenDunst, Jesse Plemons. Duración: 126 minutos. Disponible en Netflix.

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