La Patagonia que pinta El invierno, ópera prima de Emiliano Torres, es la más agreste de este vasto territorio. Planicies de escasa vegetación prácticamente sin fauna, con montañas de fondo y el agua que se cuela en algunos horizontes, entremedio de una tierra que no para de soplar un viento tan molesto como constante. Algo colorida en verano cuando transcurre la primera parte del relato. Torres traza el melodrama de Evans (Alejandro Sieveking) un tipo grande de escasas palabras y anómalo, como una especie de gringo sajón con la cara torcida y un humor de perros, afincado en la soledad extrema y en lo violento del territorio que ocupa. Tiene años de capataz de la estancia, una casa oscura, derruida, una salamandra para calentarse algo. La información en esos primeros minutos es exigua, los planos se suceden en armonía sólo para delimitar las proporciones del terreno, que más allá de la inmensidad demarcan el espacio de esta tragedia de cámara. Un par de cuestiones quedan claras desde lo estético, la propuesta es realismo riguroso e inclemente, no descolorido pero tampoco artificioso o esteticista. Los grandes planos generales buscan descansar en planos cerrados y algunos primeros planos, sobre todo en los parcos interiores de un relato austero.
Lentamente todo se va volviendo claustrofóbico a pesar de la expansión y las proporciones de la zona.
El inicio del verano es la temporada de esquilar a las ovejas, la industria de la zona que permite el sustento a los obreros rurales y nómades, gente pobre bajo el mando de un encargado chanta y ventajero. Entre todos ellos sobresale Jara (magnífico Cristian Salguero), un pibe de Corrientes callado, sobrio, que llega con lo puesto, y paulatinamente se va adueñando del espacio y la acción. “Es el aprendiz” le señala el encargado a Evans. El primer desafío para el joven es domar un caballo, una escena mínimamente épica en la que logra montar al potrillo y resulta el único momento animado de todo el cuento. A esta altura la película nos tiene capturados en un clima calmo e incómodo, tibio, tirando a distante y que resulta un prólogo exquisito de lo que vendrá.
Aprovechando lo amable del clima llega el ingeniero de la estancia (el siempre solvente Pablo Cedrón) y una pareja joven de franceses que saludan de lejos y se recrean en la vida agreste del lugar, con una cena en el casco principal, deshabitado todo el año, entre risas y vino del mejor. Mientras tanto afuera, como los perros que alimenta Evans, lo peones bailan con unas alternadoras, todos en pedo hasta que sobreviene la gresca por ver quien la tiene más larga. La violencia ya está en todos lados, en el terreno, en la marchita vida de Evans, en los animales rapados sin resistencia, en los anhelos de Jara que todavía no sabemos de qué van, pero parece tener muy claro lo quiere. Finalmente, el ingeniero le aclara a la peonada que los franchutes son los nuevos dueños de la estancia.
Al otro día el ingeniero –trago de por medio- le pregunta a Evans qué planes tiene para el futuro, el viejo responde “lo de siempre”. Con carpa, lo raja, le dice que se vaya a descansar, le da una guita, le hace firmar un papel y a otra cosa. El viejo se queda sin laburo y sin casa, uno creía que ya no tenía nada, sin embargo baja un escalón más y queda al borde de la desaparición.
Justo ahí llega el invierno y las diferentes líneas argumentales se amplifican. El relato se parte en dos.
Emiliano Torres trabaja con elipsis para trazar un año en la vida de los personajes. Nos lleva con Evans y su derrotero sombrío por esas rutas repletas de nada, con el viento incesante sobre las acciones. Siempre está nublado y ese gris plomo del paisaje matiza todo con una profunda crudeza.
Una vez que llega el despiadado invierno la película se sumerge lánguidamente en el desenlace y su faceta más oscura. De repente, una noche cualquiera aparecen los cuatreros, preguntan por el viejo y se muestran sumisos desde el amparo de la noche lóbrega. Ahí el relato hace un uso magistral del fuera de campo. Desde dentro de la casa, toda esa enormidad de territorio visible en diferentes situaciones es ahora un espacio en off aterrador. Le cortan la luz, le matan un caballo y a Jara no le queda otra que ingresar en la fiebre del lugar: la demencia. La película ensancha así su aptitud enérgicamente cinética.
Pensar en qué otras películas del cine argentino podemos ver esta Patagonia hostil nos lleva a La Patagonia Rebelde (1974). La película de Olivera, como El invierno, hace foco en las condiciones paupérrimas de los trabajadores rurales en la Argentina. La violencia de la zona parece no haberse extinguido desde aquellos años y ahora todo este entuerto subyace bajo “las reglas” laborales de un empleador ausente representado, pero retirado al fin. Cuando Torres muestra a los franceses queda claro quiénes están al mando y son los dueños de toda esa región. Ahí es donde la película expone la pirámide social a la que están sometidos nuestros protagonistas.
No se elude la responsabilidad política, es parte central de la historia, uno de los vectores del relato. Esto no es un mérito menor, sobre todo en un cine argentino -más que nada de ficción- que por momentos parece indolente, temeroso e inseguro de mostrar las diferencias que existen desde siempre en el entramado nacional.
El invierno también nos recuerda el viaje del Rulo en Mundo Grúa (1999) en busca de un trabajo para poder morfar. Cómo se trasladaba del conurbano a un desierto en blanco y negro en un Torino sin parabrisas en esos años de terror del fin de la década menemista, de aquel Trapero que colmaba de expectativas al nuevo cine argentino.
Otra película que se alimenta del terreno abrupto, donde transcurre de forma fundamental y donde reside la concluyente influencia en los hechos, es La araña vampiro del 2012. En el trip de Gabriel Medina, el territorio -las sierras cordobesas- y sus rigores son un elemento definitivo, pero a diferencia de El invierno y su registro híper realista, en La araña… todo se vuelve metafísico, surrealista, termina siendo una fábula febril con un final casi feliz. En cambio, en El invierno nada es oportuno, lasúnicas sonrisas que se advierten son las de algunos borrachines que pululan en un par de secuencias.
Con un recorrido internacional y varios premios importantes, la película de Torres demuestra virtudes de un realizador sólido y maduro que se distancia de las incertidumbres que caracterizan a las óperas primas. Lamentablemente su paso fugaz por la cartelera nacional sentencia en parte su trascendencia, pensando inclusive que es un thriller hecho y derecho, al tiempo que una película con una profunda conciencia social.
El invierno (Argentina, 2016), de Emiliano Torres, c/Alejandro Sieveking, Cristian Salguero, Pablo Cedrón. 93′
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
La película se desliza de una cosa a otra confiando que lo que cuenta está sustentado en los caracteres mínimos del viejo y del aprendíz y de un paisaje omnipresente no sin algún que otro tópico como el del alcohol pendenciero, la humildad de los humildes, la precariedad de los objetos áridos, simples como rasgos constitutivos de aceptabilidad por parte del espectador contra el desentendimiento y ajenidad de los patrones viejos y nuevos, y esta tipicidad la vuelve algo maniqueísta incluyendo al aprovechador que los conchaba. Al comienzo el relato prometedor es atractivo porque instala aires de ambigüedad en cuanto a lo que vendrá pero promediando – al menos yo- necesitaba una buena escena interpretativa o mejor resuelta que lo que está por ejemplo cuando Jara interviene a favor del desvalido o la hija se encuentra con su padre o las conversaciones con el yerno, etc. Lo que veo son diálogos secos por lo informativo y no como concentración de una brutalidad que se expresa y son informativos como en el caso de Jara y su mujer embarazada porque el guión hasta ahí llega, presenta un par de hechos, los acompaña sin perturbarlos pero tampoco los enviste de mayor potencia que la propia expectativa de ver qué va a pasar. La película no me disgustó pero tampoco me atrajo demasiado. La doma del caballo no hubiese sido aprobada por Bazin pero esto no va en desmedro de la película. Saludos.
Son puntos de vista diferentes Javier.
Gracias por leer.
No sabía que el finado Bazin era domador.