El hermano de Miguel recuerda a El padre, el documental que Mariana Arruti construyó sobre la muerte de su padre. No solamente porque hay una búsqueda precisa cifrada en el lazo familiar, sino porque ambas se despegan del período estricto que involucra el gobierno dictatorial que va de 1976 a 1983. El padre de Arruti aparece muerto en las vías del ferrocarril; el hermano de Miguel desaparece en San Francisco Solano: los dos hechos se producen en los años previos a la dictadura. Lo cual no es solo la constatación de la existencia de una matriz represiva que se estaba comenzando a formular en los años previos –la existencia de centros clandestinos de detención, tortura y asesinato es incluso anterior al famoso Operativo Independencia que se señala como el punto de inicio de la lucha para “erradicar a la subversión”- sino también descubrir el lazo común de una invisibilidad, proyectada bajo la sombra de los crímenes que comenzaron en 1976.

Se podría pensar que El hermano de Miguel es una más de las tantas historias que el cine argentino ha contado sobre los desaparecidos. Una mirada que vuelve sobre la significación de la desaparición y las responsabilidades de los miembros de las fuerzas armadas, sobre la militancia –política, social- de los desaparecidos, sobre la búsqueda de justicia. Pero este documental coincide con los otros, tal vez en un solo aspecto: su enfoque es el de una persona que busca conocer lo que ocurrió con su hermano, dejando lo demás –incluso esa posibilidad de ingresar el caso dentro del juicio relacionado con el Centro Clandestino Puente 12- en un segundo plano.

La naturaleza del documental, en uno y otro caso, es algo que trasciende a la búsqueda en sí misma. Es el intento de reconstruir un relato que está atravesado por los silencios y las versiones oficiales. Si en la película de Arruti, el proceso de reconstrucción funciona alrededor de la recuperación de una imagen y por sobre todo, de una voz perdida, aquí lo que se trata es de reconstruir una escena. Pero a diferencia del planteo que hace Sergio Wolf en su libro “La escena documental”, que hace referencia a su documental Esto no es un golpe, la escena que se busca reconstruir no forma parte de la curiosidad ante lo oculto, sino de la necesidad de conocer la verdad de los hechos. Lo que en Wolf aparece en el mejor de los casos, como un ejercicio de obsesión –y de vanidad, por qué no- personal, en la película de Mariano Minestrelli, al correrse el director de ese primer plano, se configura como una recomposición de una búsqueda asociada a una necesidad del personaje principal de la película. Aún más, esa escena que Wolf busca rehacer como único fin de su trabajo, está planteada desde el origen por la asimetría que implica contar con solo uno de los dos personajes involucrados. Que Wolf prosiga con ese intento es una toma de decisión que implica renegar de la mirada propia. En El hermano de Miguel, a cambio, la ausencia es completa: no está ninguno de los participantes de esa escena, y los testigos que aparecen son tangenciales, secundarios. Lo que hay es una versión oficial con piezas que no encajan. Pero allí donde el documental de Wolf intenta construir una nueva versión oficial a partir de su relato por una de las partes, el de Minestrelli va contra ella, sin la intención de generar una nueva versión, sino de encontrar las piezas que faltan en relación con la desaparición de Miguel Dicovsky. Su trabajo no está entonces, sostenido sobre la reconstrucción sino sobre su imposibilidad.

El hecho sobre el cual gira la desaparición de Miguel Dicovsky es el secuestro y la muerte del Coronel Ibarzabal. Un comando del ERP lo había secuestrado y en un traslado hacia otro refugio, son interceptados por la policía y según la versión oficial es Miguel quien mata de un balazo a Ibarzabal a quien llevaban en un cajón dentro de un Rastrojero. La asunción de la imposibilidad mencionada está cifrada ya en el desarrollo de la primera escena.  La puesta en ficción de la versión oficial de los hechos establece un doble parámetro: por un lado, la necesidad de partir de un determinado lugar, para luego encontrar sus huecos y cuestionarlo; por el otro, al filmar la escena en un plano inusualmente lejano para el espacio en que se desarrolla, parece estar señalando la necesidad de tomar distancia de ese relato original. Lo que hace el documental a partir de ese momento es probar alternativas. Está el relato del historiador que se sitúa en el lugar de los hechos para narrarlos como una progresión narrativa y espacial desde el momento en que se traslada la caravana con los militantes del ERP hasta que son detenidos por la policía. Están los testigos que vivían en la zona, que recuerdan los disparos, el tiroteo. Están los relatos cruzados de los militantes exhibiendo sus propias versiones desde lo hipotético. Están las crónicas de los diarios que señalan que al hermano de Miguel lo detuvieron y estaba vivo.  Pero es en ese punto, entre el momento en que finaliza el enfrentamiento con la policía y la desaparición donde aparece la imposibilidad de reconstruir lo que falta. Es eso que no está en ningún relato, personal ni mediático y que constituye el eje de la búsqueda del protagonista. En ese momento señalado hay un espacio en blanco que no se puede completar y sobre el cual la película gira, como en un espiral que va recolectando fragmentos que no permiten obtener una versión real de lo que ocurrió.

El tiempo, y el documental, vuelven a poner a los apellidos Ibarzábal y Dicovsky en un mismo camino. La aparición de la hija de Ibarzabal en un programa televisivo, aportando una serie de fotos para sostener que Dicovsky es el asesino de su padre, genera un efecto extraño. Lo que podría presumirse como un rechazo espontáneo –estamos hablando de la hija de un militar y del hermano de un militante de una guerrilla urbana de izquierda- e inevitable no ocurre. No sabemos qué fue lo que convenció a la mujer de aceptar reunirse con Dicovsky y el documental hace bien en no revelar esa trastienda. Pero está claro que esa escena, en el contexto del cine político argentino es un milagro. Porque aquí no se trata de plantear el encuentro en términos de reconciliación o de diálogo entre representantes de dos facciones diferentes. No hay una puesta en escena con premeditada alevosía política como ocurre en la tenebrosa El diálogo. Aquí hay dos personas atravesadas por el dolor provocado por la ausencia de un familiar, que no disimulan la tensión del encuentro (“Me cuesta mucho hablar de tu hermano”, dice ella; “No me pone contento filmar un documental sobre una investigación” dice él), pero que logran establecer, dentro de esos límites infranqueables –la puesta en relación de secuestrador y secuestrado, o de asesino y víctima en el pasado-, un diálogo que lo trasciende. No hay reivindicación en Dicovsky ni en Ibarzábal: en el diálogo parece pesar más la ausencia y la necesidad -de los dos, en definitiva- de saber lo que ocurrió realmente, antes que cualquier otro tipo de postura personal. Subyace en ellos la percepción de que el otro no es, no formó parte, de aquello que generó la muerte de uno y la desaparición del otro. Entre los dos, sin embargo, están esas fotos que se mostraron en televisión y que forman parte de la causa original por la muerte de Ibarzabal. Esas fotos que para uno son prueba de algo y para el otro es el indicio de cómo se puede desmoronar la versión oficial.

Es en esa persistencia por la búsqueda que el documental encuentra su verdadero objeto central. No es Miguel Dicovsky lo que más importa, ni el relato que trasvasa la lucha política del PRT-ERP, ni las formas que iba tomando la represión estatal y paraestatal contra la militancia. El centro del relato es ese hombre que busca la verdad de lo que ocurrió con su hermano y que para hacerlo se sube una y otra vez a su moto para ver lugares, hablar con la gente, encontrar indicios. El otro Dicovsky, el que quiere reconstruir una escena aún sabiendo que no va a poder lograrlo, pero sigue juntando esos pedacitos de historia para construirse a sí mismo en la búsqueda de la verdad sobre la desaparición de su hermano.

Calificación: 6/10

El hermano de Miguel (Argentina, 2018). Guion y dirección: Mariano Ministrelli. Fotografía: Sebastián Cardona Camargo. Montaje: Mariano Ministrelli y Benjamin Naishtat. Elenco: Diego Dicovsky, Pablo Larroca, Víctor Rojas. Duración: 72 (minutos).

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