«Ran es una tragedia sobre el poder, sobre la ambición y la estupidez de los hombres que luchan y guerrean», dijo Kurosawa sobre lo que fue, en su momento, la producción más cara del cine japonés. Gracias al aporte de Serge Silberman (productor francés de varias de las últimas películas de Luis Buñuel), en 1985 Kurosawa pudo filmar “la obra de su vida”, una película que venía armando hacía diez años pero para la que no encontraba ni el dinero ni el productor para realizarla. Su presupuesto alcanzó los doce millones de dólares y Kurosawa se dio el lujo, además, de quemar por completo la réplica de un castillo medieval valorado en más de un millón y medio de dólares, en una escena regada de sangre y cadáveres, dantesca por donde se la mire, gracias a la cantidad de extras que intervienen y a la violencia que transmite, representando a la perfección el aire épico de las tragedias shakesperianas.
En El rey Lear, cuando el mismo abdica del reino y lo entrega a sus tres hijas para disfrutar de una vejez en paz, aparece la disputa y todo se convierte en zozobra y desequilibrio. La locura de Lear se acelera como consecuencia de la ingratitud y la traición de sus hijas, Goneril y Regan, que habían aceptado parte de su reinado. Pero Lear enloquece aún más cuando se da cuenta de que su decisión ha sido un error, sobre todo el haber desterrado a Cordelia y al leal barón Kent, los únicos que le reprochaban la decisión de abdicar. Es por eso que no hay matices en la obra y todo es llevado al límite, a confrontar extremos de crueldad y sufrimiento con extremos de lealtad y abnegación. No es casualidad que “Ran”, en japonés, signifique “caos”, “miseria”, ya que eso es lo que viven los protagonistas, tanto a lo largo de la obra como también en la película. De hecho, si Hamlet era considerada la pieza más importante del dramaturgo por la crítica y el público, parece ser que fue después de la segunda guerra mundial cuando El rey Lear —una tragedia más deprimente y sobrecogedora— la reemplazó en estimación popular y crítica.
Los temas fundamentales de la obra, entonces, son el vínculo entre padres e hijos, centrado en las historias de Lear y Gloucester, y la relación del hombre con la naturaleza. De este modo, el inicio de la película de Kurosawa, con la escena de la caza de jabalíes en medio del monte y bajo un cielo nuboso, condensa ambos temas.
Al igual que Goneril y Regan, los hijos mayores de Hidetora (el Lear de Ran), Taro y Jiro, se irán cazando entre sí hasta dejar sin poder alguno a su padre. Cambia la cultura, cambia el espacio, cambia el tiempo de la obra de Shakespeare, pero permanece el trasfondo.
Kurosawa, que era un estudioso del siglo XVI japonés, reemplaza el tiempo mítico de Lear y ambienta su tragedia allí, en ese siglo. La película representa a la perfección la cultura y las costumbres de la época, así como la arquitectura, los uniformes, los colores y, sobre todo, los modales, imprescindibles en una cultura tan poco transigente y apegada a las tradiciones como la japonesa, más aún si pensamos en esa época. Y aunque está claro que no se trata de una copia fiel de Lear sino deuna adaptación, además de no respetar los parlamentos originales de la obra Kurosawa sumó a su película leyendas del daimyō Mori Motonari (feudal japonés del siglo XVI), como por ejemplo la fábula de las flechas que Hidetora le enseña a sus hijos como metáfora del poder.
Ahora bien, más allá del cambio de época, de espacio y de cultura, los sentimientos universales que representa Lear, contenidos en cada uno de sus personajes, son identificables en Ran. Esto es así porque a lo largo de sus obras Shakespeare se ha encargado de representar a la humanidad en dos bandos —los buenos y los malos; en el medio de ellos estaría Lear-. Así, por ejemplo, el amor de Cordelia por Lear se repite en Saburo, el menor de los hijos de Hidetora. Esto se ve en una escena que podría estar descrita en la mejor antología de poesía oriental: luego de que Hidetora, sentado a la intemperie del monte, divida y reparta el reino para sus hijos, Saburo corta con la katana una planta y la instala al lado de su padre para protegerlo del sol. También Edmund, el traidor que atrae sexualmente tanto a Goneril como a Regan, está representado en Jiro, el segundo hijo de Hidetora que traiciona a todos porque también está sujeto sexualmente por Lady Kaede, la ex mujer de su hermano Taro y arma de destrucción familiar. Un papel aparte juega el bufón. Si bien en Lear el bufón, que era un personaje importante, desaparece en medio de la obra sin ninguna explicación, en la película, por el contrario, es uno de los personajes principales y actúa como coro de Hidetora, como una suerte de consciencia propia que siempre le recalca sus errores. Un bufón que no divierte, sino que aconseja y amonesta con canciones. Es el bufón también el que dice una de las frases más representativas: “En un mundo que se ha vuelto loco, es una locura estar sano”.
Una mención especial merece la naturaleza. En una cultura milenaria en la que tiene un papel tan preponderante en comparación con la cultura occidental, Kurosawa presta especial atención a este motivo que se destaca, a su vez, a lo largo de la obra de Shakespeare. En la original Lear, las referencias a animales y paisajes son insistentes: “Los cuervos y las chovas que vuelan por el espacio intermedio apenas aparecen mayores que escarabajos”, dice el protagonista al describir los acantilados de Dover; o también: “No logran oírse desde tal altura los murmullos de las olas que van a romperse sobre los innumerables guijarros movedizos de la costa.” Los mismo ocurre cuando Lear divide el reino y describe las vastas regiones que cederá a sus hijas: “(…) desde esta línea exactamente a esta otra, con sus bosques umbríos y fértiles campiñas, con sus ríos caudalosos y vastas praderas, os hacemos señora.” No se puede negar que la naturaleza, casi tanto como la vida humana, abunda en sus páginas. Del mismo modo, la película de Kurosawa se inicia con la caza de jabalíes en medio de un cielo azul y nubes gigantes que, a medida que avanzan los conflictos, se vuelven negras y dejan lugar a las tormentas que comienzan a acechar el paisaje. Mientras que al final, luego de las batallas, el cielo se transforma en un cuadro grisáceo oscuro con tonos rojizos. Hay otros pasajes, incluso, en los que esos cielos fantasmagóricos representan con fidelidad el vértigo o la amargura que viven cada uno de los personajes.
Kurosawa nos da a entender que la naturaleza y la humanidad van de la mano y hasta qué punto el hombre puede influir en ella. Sin embargo, nos muestra que a pesar de todas las atrocidades que cometa el ser humano, al punto de hacer peligrar su misma existencia, la naturaleza siempre estará ahí. Esta idea, sin duda, marcó el espíritu del director debido al inminente avance tecnológico y material del Japón de sus años. En ese momento, Japón representaba la cumbre del capitalismo, así como también el meteórico avance atómico. Años después, Kurosawa le dedicaría un capitulo al tema en su película Los sueños de Akira Kurosawa (Yume, 1990). De ahí que la visión pesimista de la humanidad, que tan claramente encontramos en Ran, esté directamente influida por el pesimismo personal y por las experiencias de vida de Kurosawa, que a los trece años ya había conocido una visión, casi literal, del apocalipsis. El 1 de septiembre de 1923 ocurrió en Japón el gran terremoto de Kantō, generando numerosos incendios que se extendieron debido a los vientos de un tifón que provocó, literalmente, tormentas de fuego. El caos creó los rumores de que los inmigrantes coreanos estaban efectuando saqueos e incendios premeditados. Esa misma noche, los habitantes japoneses salieron a masacrar a los inmigrantes coreanos y al día siguiente, el hermano de Kurosawa lo llevó a Akira al lugar de los hechos. La masacre final de Ran comparte cierta similitud con este panorama.
Es cierto que, a cualquiera que la mire, la película le puede parecer lenta: no hay muchos diálogos y, como ocurre por lo general en las películas orientales, conocemos a los personajes solo a través de la gestualidad y de lo que hacen. Pero aunque muchos piensen que la interpretación actoral en Ran está basada en el teatro Kabuki o en el drama lírico Noh, Kurosawa despejó las dudas cuando afirmó que todo obedece a los códigos de la época: “Los movimientos de los personajes están condicionados, pero no por reglas teatrales, sino por el formalismo y el código de la buena educación del siglo XVI. Todo estaba reglamentado, cómo sentarse, cómo moverse, dónde colocar el sable…”. Lo teatral se asienta en la forma de la película y no tanto en el contenido. Sobre todo en la puesta en escena y, en especial, en los encuadres utilizados. Es muy llamativa la ausencia de primeros planos -solo se encuentran unos pocos-; por el contrario, durante sus casi tres horas de duración, la película está plagada de planos largos o planos generales.
El rey Lear no es lo primero que Kurosawa adaptó de Shakespeare, sino la culminación de una serie. El director japonés soñó siempre con realizar esta película, pero anteriormente ya había adaptado libremente otras obras de Shakespeare, como Macbeth en Trono de sangre y, la más libre de ellas, Los canallas duermen en paz, basada en Hamlet.
La crítica japonesa ha tildado con frecuencia a Kurosawa de occidentalista, no sólo por la trilogía shakesperiana sino también porque adaptó obras literarias rusas como El Idiota de Dostoievski y Los bajos fondos de Máximo Gorki, además de hacer en otras de sus películas referencias a obras de escritores como Tolstoi, Evan Hunter, Dashiell Hammett, Georges Simenon y Esquilo, y de haber sido influenciado cinematográficamente por el director estadounidense John Ford.
Para hacer Ran, Kurosawa contó, nuevamente, con un equipo técnico fantástico, con el que había trabajado en películas pasadas. El papel protagónico fue encarnado por el legendario actor japonés Tatsuya Nakadai, uno de los miembros de la trinidad actoral de sus films, que completan Takashi Shimura y Toshirô Mifune.
En 1970, la carrera de Kurosawa parecía estar finalizada, ya que el público y las productoras lo habían abandonado, a tal punto que, en 1971, los problemas de salud y la falta de dinero para financiar sus películas desembocaron en un intento de suicidio. Años después, en 1985, durante el rodaje de Ran, fallecería su mujer y el sonidista Fumio Yanoguchi. El mismo Kurosawa llegó a decir que Hidetora era una imitación de sí mismo, que ambos compartían el mismo dolor. Tal vez por eso en la parte final de la película, cuando ya todos han muerto, se muestra al ciego imitando a Gloucester cerca de un abismo, mientras irónicamente un dibujo de Buda tambalea cerca del peñasco. Al parecer, los dioses también han abandonado a la humanidad.
Ran (Japón, 1985). Dirección: Akira Kurosawa. Guion: Akira Kurosawa, Hideo Oguni, Masato Ide. Fotografía: Takao Saito, Asakazu Nakai, Masaharu Ueda. Música: Tôru Takemitsu. Reparto: Tatsuya Nakadai, Akira Terao, Jinpachi Nezu, Pîtâ, Mieko Harada, Masayuki Yui, Daisuke Ryû, Yoshiko Miyazaki, Hisashi Igawa, Kazuo Katô, Norio Matsui, Kenji Kodama, Toshiya Ito. Duración: 160 minutos.
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