Me gustaría encontrar en los grandes medios alguna crítica furiosamente en contra, porque habría allí un gesto de rebeldía de parte del crítico contra el aparato mediático. Por otra parte, que un crítico ajeno a los grandes medios sea despiadado con ella me parece un gesto demasiado generoso con la película y consigo mismo. Pero eso poco tiene que ver con El artista, que es inofensiva, amable y lavada. Que no amerita siquiera la furia, el odio que es pertinente manifestar, por ejemplo, hacia Caballo de guerra en función del lugar que ocupa Steven Spielberg en la industria del cine y el modo en que ha contribuido a moldearla.

 
El artista pretende establecer relaciones con el género de aventuras y con la comedia, pero carece del ritmo característico de ambos. Tampoco consigue tensión melodramática cuando traza la parábola decadente del protagonista, porque tanto el sentimiento de lo sublime como el del ridículo, que resultan de tomarse en serio el género o de parodiarlo, le son ajenos. No provoca siquiera verdadera nostalgia o melancolía, de esas que duelen.
Por otro lado, el cine mudo es para nosotros un cine de superficie visual dañada por el tiempo, imperfecto, rayado, con saltos visuales y sonoros, que marcha a otra velocidad y cuyos actores exageran la expresión corporal. Esta suma de factores le da una materialidad de la que carece por completo El artista, pero que, sin ir más lejos, ponía en escena The Saddest Music in the World, estrenada hace unos años, y todo el cine de su director Guy Maddin.
Y la percepción del tiempo es lo que falta en esta película, o la percepción de algo mucho más profundo y consistente que la simpatía hacia un pasado que jamás se manifiesta, y de la que hace gala sin esforzarse demasiado. Le basta con un par de actores fotogénicos, un blanco y negro sin peso y un perrito (no un perro). Pero no hay escenas ni planos en los que la película se expanda y juegue a fondo. Apenas si algo parece animarse cuando la protagonista se abraza al frac de la estrella, pero lo que pudo ser punto de partida para un maravilloso despliegue cinemático de baile, clown o slapstick, es abortado inmediatamente sin gracia ni significación alguna.

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