A donde vamos no necesitamos un guion. Así como la historia de la banda más grande se fue escribiendo en el camino y sin un camino, sin previsiones ni más sueños que los de jóvenes que quieren triunfar haciendo música y en un azar donde cayó una dosis muy grandota de genio y dos locos cuerdos como Epstein y Martin, Anochecer de un día agitado surgió como un producto de interés comercial y por ello también agitado: “me dijeron que había que hacerla ya, rápido, aprovechando la fama de estos chicos que podía ser efímera”, confesó alguna vez Richard Lester, artífice indudable de este primer film beatle. Sin embargo había un guionista (Alun Owen), lo suficientemente inteligente para que ensamblado con Lester delineara una historia mínima para que el fenómeno a punto caramelo, en pleno salto/asalto a la historia, pudiera hacer el resto: una carrera sin fin desde el solitario acorde de arranque del tema principal (hablando de caos: compuesto después de que encontraran título al film precisamente luego de una reflexión de Ringo tras un día de trabajo en el flamante estrellato), hasta el cierre con el inevitable plano/contraplano de la banda tocando en un teatro y las chicas reaccionando con un descontrol que hoy solo se ve en el público de ídolos mayormente fugaces.

True story.  Sin embargo, y a pesar que en una primera visión -sobre todo para quienes la agarramos de casualidad en alguna borrosa emisión televisiva hace mil años y traducida al español- parecía que habían arrojado a los Beatles a huir de las fans, desparramado las canciones por ahí y metido algún chiste que -encima traducido- no entendíamos pero reíamos igual, encontramos a lo largo de los años y esta sobrevivencia de soporte en soporte hasta el actual retorno fílmico que los valores cinematográficos de Anochecer de un día agitado son inagotables. Bien apuntó Lester
en un análisis en el tiempo (hay que ver You can’t do that! The making of A HardDay’sNight, 1995), que la mejor forma de cerrar este típico “producto por encargo” era transmitir esa incipiente beatlemanía -aquel plano/contraplano y el ajetreo diario de recitales, presentaciones, fiestas y reportajes- a una ficción, paradoja en el tiempo frente al lúgubre, seco documento que fue la puerta de salida de los Beatles (Let it Be), y que tan solo se permite en el cierre una vuelta a los orígenes con la banda en vivo, pero allá arriba, inalcanzables en la terraza de Apple. Y apretados por la cana.


El cuerpo extraño
. En Anochecer…, Lester maneja con estilo el relax y el caos, desde el no planeado tropezón de Ringo y George en el primer segundo de la película y los constantes morcilleos mayormente de John -les aburría sobremanera estudiar sus líneas- hasta los proto-videoclips que surgen impromptu en lugares muy cerrados (I should have known better en el vagón de equipajes de un tren), completamente abiertos (Can’t buy me love en un inmenso terreno baldío), o en un set televisivo, aquí muy disfrutable cada plano elegido, y  para las baladas And I love her e If I fell. Las secuencias nos permiten en su gran mayoría ver al grupo haciendo de sí mismo, mayormente en el rol que más le sentaba a la frescura veinteañera y que Ringo también bautiza en uno de los diálogos absurdos con terceros: cuando la cuestión en la juventud inglesa era ser mod o rocker, él contesta “soy un mocker (burlador)”. En suma, mandar cualquiera y reírse. Eran un puñado de hijos de la clase obrera que de pronto tenían el mundo a sus pies, y fueron divertidos hasta que John mandó la de Cristo y les cayeron como buitres. El cuerpo extraño en la trama y que tiene su propio peso por oposición es el de Wilfrid Brambell encarnando a un abuelo de McCartney que viaja con ellos en la gira: a contramano de los flequilludos (me fui a los 60, disculpen, pero se me acaban los adjetivos), que están presos de sus responsabilidades y encerrados por su fama -lo que Lester acentúa en pasillos, escaleras y piezas de hoteles-.  El abuelo la tiene clarísima y trama todo el tiempo: vender fotos autografiadas para sacar unos mangos, irse de timba, tirarse lances con las mujeres que cruce y, llegado el punto, caer en cana y armar un zafarrancho muy punk en la comisaría. También será quien le ponga fichas a Ringo hasta el fastidio de los otros tres que no lo tienen muy en cuenta y lo destratan, lo cual propicia una secuencia extraña a la locura del film, tirando a melancólica, con Ringo tratando de ser un ciudadano cualquiera con resultados adversos.

Considerado como una referencia para los inmediatos programas musicales televisivos o musicales pop del cine, el primer acercamiento de los Beatles al cine es imperecedero como las canciones del grupo y una buena película por la creatividad y libertad del propio Lester, que venía de una breve pero auspiciosa carrera en la televisión y la experimentación cinematográfica dentro de una época riquísima con creadores como Tony Richardson, Karel Reisz, Lindsay Anderson: la contracara dramática del free cinema. La sociedad se prolongaría con el mismo impacto al año siguiente con Help! (1965), de mayores ambiciones argumentales, con un aprovechamiento sobresaliente del color y un protagónico aún mayor de Ringo, no el más ocurrente -Lennon lo era-, pero indudablemente el más histriónico.

 Anochecer de un día agitado (A hard day’s night, Inglaterra, 1964). De Richard Lester, c/John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr, ‘87.

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