Carlos Salvador Bilardo es un personaje extraordinario dentro de la inmensa historia del fútbol argentino. La utilización de este adjetivo no necesariamente debe cumplir la función del halago vacuo al que es propenso el periodismo deportivo. Bilardo es un personaje extraordinario por su pasado como futbolista y por supuesto por su archiconocida carrera como entrenador. El palmarés de Bilardo excede al del técnico consagrado, ya que como jugador fue parte central del Estudiantes de la Plata multicampeón de América en la década del 60 (un equipo que dividió en dos al fútbol argentino) y que llegó a su punto cumbre en 1968 cuando los dirigidos por Osvaldo Zubeldía derrotaron al Manchester United coronándose campeones del mundo. Luego, como técnico, antes de su experiencia al mando de la selección argentina, Bilardo fue responsable de la revolución del fútbol colombiano de la década del 70. El punto cúlmine de esa transformación fue la llegada a la final de la Copa Libertadores en 1978 dirigiendo a Deportivo Cali en una serie que terminaría ganando el Boca del Toto Lorenzo. Bilardo también fue el técnico de Estudiantes de La Plata, coronándose campeón del fútbol argentino en 1982. Ese equipo poblado de un medio campo de lujo, compuesto por Ponce, Trobbiani y Sabella, quedó en la historia consagrándose con un fútbol de alta calidad que rebate la idea simplificadora de que el doctor era un ideólogo del anti fútbol.
En Bilardo, el doctor del fútbolel nombre de Zubeldía funciona como una clave de acceso para ingresar en el universo bilardiano del que da cuenta la serie. Zubeldía era dueño de un estilo pragmático, contundente (y muchas veces al filo del reglamento) que se contraponía al del fútbol argentino tradicional, que luego de la catastrófica eliminación en el mundial de Suecia de 1958 atravesaba una crisis de identidad inimaginable unos años antes. El Estudiantes copero de los 60 sentó las bases de un estilo propio que generaría fanáticos y detractores. Ese estilo sería el que prontamente adoptaría Bilardo y que le imprimiría a sus equipos a partir de la década del 70. Zubeldía, y luego Bilardo, lograron establecer a fuerza de triunfos una dicotomía entre el fútbol a la vieja usanza, del cual Menotti era el principal vocero (desde antes de asumir la selección nacional en 1974), y el estilo pragmático y resultadista que sería la marca en el orillo de la escuela pincha.
La miniserie de cuatro episodios dirigida por Ariel Rotter da cuenta de este origen fundacional logrando así correrse del peligro de reducir a Bilardo al lugar del personaje pintoresco y carismático. Partiendo entonces de ese mito fundante que representó el Estudiantes de los 60, la serie permite rastrear una genealogía que potencia y enriquece al biografiado en cuestión. Ese recorrido de Bilardo como heredero del linaje fundado por Zubeldía complejiza todo el universo a narrar. Las proezas de ese equipo representan el triunfo de un club que por fuera de los denominados cinco grandes llegó a la cima de América y del mundo rompiendo el paradigma que condenaba a los equipos chicos a un segundo lugar dentro del fútbol argentino. La serie avanza rápida y prodigiosamente hacia los motivos por los que Bilardo se transforma de hombre en mito apoyada en los comentarios y en la gracia de los protagonistas que vivieron en primera persona las aventuras mundialistas de México 86 e Italia 90. El relato nunca da tregua gracias al notable trabajo de investigación periodístico y al material de archivo que completa la historia narrada con el indispensable registro audiovisual de la época.
Si bien Bilardo es el personaje central, los personajes secundarios son centrales en la construcción de la trama. Durante los cuatro episodios de la serie el cabezón Ruggeri, el gringo Giusti, Jorge Burruchaga, los vascos Goycochea y Olarticoechea entre tantos otros, son los encargados de narrar las peripecias del DT al frente de la selección. La serie oscila entre ese Bilardo público que se reparte el tiempo entre la obsesión propia del trabajo de seleccionador y el personaje que construye en cada intervención mediática, sin descuidar nunca al Bilardo privado que ocupa como puede su tiempo entre los quehaceres de esposo y de padre. El doctor del fútbol hace foco en la personalidad de Bilardo pero también comparte la risa: Rotter nunca mira al personaje por encima de los hombros ni adopta una pose canchera. El tono es más bien el de venerado respeto sin caer jamás en la fatal adulación.
A lo largo de los cuatro episodios se recorre desde la milagrosa clasificación al mundial de México -gracias al coraje de Pasarella y el empujón sobre la línea de Gareca para darnos el empate frente a Perú- hasta la consagración en México -mil veces narrada y siempre inenarrable-, llegando hasta el épico milagro de Italia 90 donde Bilardo cerró su ciclo de DT nacional con un subcampeonato al que propios y extraños tildan de milagroso. Los acontecimientos contados se suceden sin freno pero nunca se amontonan los unos con los otros. El último episodio nos muestra a Bilardo dirigiendo y peleándose con Diego en Sevilla, su errático paso por Boca Juniors, el episodio del Gatorade en la cancha de River y su candidatura presidencial. Bilardo es un personaje fuera de serie pero a su vez es una persona como cualquier otra. Padre preocupado por el crecimiento de su hija y esposo atento con su mujer es también el mismo que se pelea a gritos defendiendo sus ideas en un programa deportivo de mitad de la década del 80 (Polémica en el fútbol) antes de transformarse en el mito que es hoy en día.
Por último, la serie es a su vez una crónica fundamental de la Argentina de los 80. Rotter y equipo recogen el espíritu de aquella época en la que la democracia recuperada le daría paso a la oleada neoliberal que llega en los 90 de la mano del menemismo. Mirado desde este presente de pasiones moribundas, emociona pensar en ese tiempo de humores exaltados en el que la ideología se filtraba hasta en una mesa de fútbol y los contendientes defendían a capa y espada las virtudes de jugar al achique o de hacer marca personal. El doctor del fútbol es por ello un homenaje pasional a una manera de entender el fútbol sin dejarse llevar por la tentación del homenaje acrítico ni por la concatenación de anécdotas divertidas. Las anécdotas (Bilardo disfrazado en una fiesta en Jujuy o explicándole a las mujeres de sus dirigidos cómo hacer el amor con sus jugadores para que ellos no se cansen) sirven para situar la acción como si se tratara de una comedia. Siguiendo ese registro es que dimensionamos la vida del doctor y sus hazañas deportivas.
Met de ontdekking van nieuwe eigenschappen van het medicijn sildenafil, de interesse in de behandeling van erectiestoornissen toegenomen. Nieuwe aspecten van het effect van medicijnen op menselijke seksuele functie zijn ontstaan…
Como representante y continuador del legado recibido de Osvaldo Zubeldía, Bilardo se inscribe en la tradición de los grandes estrategas del fútbol argentino y mundial. Las lágrimas con las que evoca a su maestro nos muestran una faceta desconocida del personaje por fuera de las gracias y los excesos que el propio doctor sabe cultivar. En ese intento por comprender a un personaje y a su época y gracias a la pericia visual y narrativa que Rotter le imprime a cada uno de los episodios,se encuentran las virtudes de una serie que se plantea la misión imposible de narrar a un personaje más grande que la vida misma.
Bilardo, el doctor del fútbol (Argentina 2022). Dirección: Ariel Rotter. Guion: Sebastian Meschengieser, Gustavo Dejtiar. Producción ejecutiva: Federico D´elia, Cune Molinero, Alejandro Turner. Disponible en HBO Max.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: