Qué relación puede establecerse entre Long Beach y Longchamps. Una es una localidad costera del oeste norteamericano, cercana a Hollywood. La otra es una localidad del conurbano bonaerense. Cerca del final de Después de un buen día (Frenkel, 2024) hay un paralelismo trazado a partir de las casas y las calles de ambos lugares que remarcan la oposición. En Long Beach vive Enrique Torres, libretista de los grandes éxitos televisivos de Andrea del Boca en la década del 90. En Longchamps vive Mar(gr)io González, animador. Torres es el guionista de Un buen día. Margrio es tal vez el mayor coleccionista de objetos relacionados con esa película. El creador y el fanático de la obra. Es inevitable que esos dos puntos terminen encontrándose, a pesar de las distancias, o quizás por eso mismo, porque entre Long Beach y Longchamps quizás no hay tanta diferencia como parece.Esos dos polos trazan la forma que asume el documental de Néstor Frenkel. Dos películas diferentes que se juntan en una, cuyo vértice es una película llamada Un buen día. En la primera, el centro es el guionista Enrique Torres. Por debajo de la idea del personaje al que su trabajo y un golpe de suerte lo lleva del barrio de Villa Pueyrredón a Hollywood, está la forma en que su vida puede leerse como una novela, al punto que parecería estar reclamando su propia película. El jugador de Chacarita, el actor de teatro experimental, el periodista en la España del destape y luego en la Argentina de los años finales de la dictadura. El que pasó de inventarle romances a Andrea del Boca a protagonizar su propio romance con la hermana. El libretista de telenovelas mega exitosas (Celeste, Perla negra). El guionista de Un buen día (Del Boca, 2010). Todos esos Enrique Torres metidos en el cuerpo y los años de la misma persona, atravesando las décadas del 60 al 90, reinventándose en lugares diferentes (“Profesión: busca” como se refiere a sí mismo en algún momento). Torres no es más que la construcción, la invención que hizo de sí mismo. Lo notable es que Frenkel lo observa con fascinación, descubriendo al personaje oculto detrás del nombre del libretista famoso que va sumando en cada capa de narración de su vida, un elemento atractivo. Torres se cuenta a sí mismo en el documental, de la misma forma en que se construyó con los años. El acierto adicional de Frenkel es no haber cedido a la tentación y dejar en un plano lateral a la familia Del Boca (e incluso a Aníbal Silveyra, el protagonista de la película). Andrea, como su hermana Anabella están allí en esa historia solo porque antes está Torres (como invirtiendo el paso original en el que Torres llega a ser libretista porque antes estuvo Del Boca), porque está claro que sin él, no había película, ni habría este documental.
La segunda película dentro de Después de un buen día aparece con las repercusiones a partir del estreno de Un buen día. Si se puede pensar que la primera película termina con el estreno, el fracaso de público y la salida rápida de cartelera después de una semana de exhibición, la segunda arranca inmediatamente después, cuando un grupo de gente que la vio, comienza a reivindicarla, a generar un culto que se fue expandiendo con el paso del tiempo. Hay algo llamativo en ese montaje de entrevistas que ensaya el documental: ese pasaje de la idea de película mala (“la copia mala de Antes del amanecer”, como dice alguno) a la necesidad de volver a verla porque se intuye que hay algo ahí (algo que incluso ahora no puede definirse, ponerse en palabras). Esta segunda película no es el registro sino una exploración de un fanatismo de una obra. A diferencia de la celebración oficial que propone una película como Leyenda feroz (Griterío, 2024), acercándose a los territorios explorados por Carroceros (Griterío, Urfeig, 2021) se detiene en los detalles en los que se sostiene ese fanatismo, lo narra como un proceso que va evolucionando desde formas larvales e individuales al involucramiento colectivo que conlleva acciones de mayor intensidad. Los fanáticos, como antes Torres, son los que narran su propia construcción, cuyo punto álgido es el Fan Film en el que rehacen la película a partir de lo fragmentario y del uso de técnicas diferentes. El punto en el que las dos películas se unen en el documental, ya no es la película en sí misma, sino el momento en que guionista y fanáticos se encuentran por primera vez en una sala. Es allí donde finalmente los sentidos a uno y otro lado terminan por cruzarse entre la ovación y la adoración del público y la sorpresa del guionista. Pensar a Un buen día, ahora como el más exitoso fracaso de Torres es el corolario inesperado de ese encuentro.Un elemento que circula a lo largo del documental, aunque no se lo explicite es lo que pasa con una película. Un buen día aparece como un caso particularmente extremo en el que si hay algo que queda claro es la distancia entre la obra y sus recepciones. El objetivo de Torres parece haber sido tanto producto del azar (describe que llega al guion de la película por casualidad, pensando en escribir para dos personajes y que solo descubre que lo tenía cuando lo dio a leer a su mujer), como de cierta modestia en la producción: una experiencia personal con la cual podía probarse a sí mismo. En el otro extremo, el grupo de fans encontraron un objeto de adoración (“Es la Capilla Sixtina del cine”, dice uno de ellos) que devino en un colectivo de pertenencia y de acción alrededor de la película. En el medio, los críticos del momento del estreno que destrozaron a la película (la trataron de “cine prehistórico” y de “pantomima cinematográfica”) y la dejaron en el incómodo y tal vez excesivo lugar de la peor película argentina. Lo notable es que Después de un buen día revela que esas tres instancias parecen ajenas entre sí, como si la relación que establecen unas con otras no dependiera de aquello a lo que se enfrentan. Si la percepción es que la película parece un derivado de los productos televisivos de Torres/Del Boca, lo hace desentendiéndose de las especificidades de lo cinematográfico (la repetición exagerada de la frase que da título a la película parece un indicio). Si la crítica parece haberla juzgado con ciertas categorías estandarizadas apelando a lo concluyente y a cierta carencia reflexiva (ver, sin embargo, que Nazareno Brega en El Amante pudo anticipar el destino de culto que le esperaba), los fans se desentienden de sus posibles logros y defectos, transformándolas en una serie aplanada en la que rodo, literalmente, vale lo mismo. Es la repetición en el tiempo lo que habilita la distensión del significado y por consiguiente, la celebración de aquello que se sabe que está por venir. El indicio más palpable aparece en la percepción de las funciones como “estar en una cancha”. Una celebración festiva que no admite la intermediación crítica y que deja en segundo plano todo elemento valorativo. Se festeja Un buen día como a un equipo de fútbol en el que los goles pueden estar dentro de la película (las frases que se celebran) o a veces por fuera de ella (la proyección con la voz original de Lucila Polak, la presencia de quien dobló su voz).
Frenkel se asoma a esos universos con una curiosidad que se despoja del prejuicio. Descubre que tanto en el personaje del guionista proveniente de las telenovelas como en el grupo de fanáticos hay historias para contar. Y, sobre todo, hay una conjunción de elementos inhabituales que reclaman una mirada atenta (y eso incluye a un actor principal que encuentra una reivindicación inesperada). Lo hace incluso cuando el documental funciona como una continuación de la movida de los fanáticos, en tanto la doble recuperación (de la película y del culto que la rodea) termina constituyéndose, aun cuando no se lo busque, en parte de ese culto. Frenkel evita juzgar a unos y a otros, evitando la salida fácil. Porque, a fin de cuentas, no importa si Un buen día es una buena o mala película, ni de que sus seguidores tengan razones valederas para su admiración. A través de ellos -y por qué no, del mismo documental- recupera esa dimensión olvidada de lo que es capaz de generar el cine.
Después de un buen día (Argentina; 2024). Dirección: Néstor Frenkel. Guion: Néstor Frenkel, Sofía Mora. Fotografía: Diego Poleri. Edición: Néstor Frenkel. Elenco: Enrique Torres, Andrea del Boca, Aníbal Silveyra, Anabella del Boca. Duración: 85 minutos
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