Empecemos por el principio. Desmadre es un documental en el que su directora, Sabrina Farji, intenta reflejar las tensiones de la relación entre madres e hijas, a través de dos líneas: una, la que surge del entramado intrafamiliar, a partir de la relación entre tres generaciones de mujeres; la otra, recurriendo a entrevistar a un grupo de mujeres anónimas que, frente a cámara, relatan sus propias experiencias. Ambas líneas nunca convergen y más bien parecen una construcción fragmentaria de dos películas que corren en paralelo, cada una con sus características particulares. Mientras una pretende la espontaneidad de los cruces familiares –aunque las discusiones que plantea una de las hijas parece dar cuenta de ciertas imposiciones de situaciones como puntos de partida-, la otra se afirma en un espacio ficticio y preparado donde la relación se revela imposible. Pero aún en ese espacio familiar que se pretende espontáneo, resulta llamativo que las cuatro mujeres ocupan roles bien definidos y complementarios. Aun suponiendo que realmente sean esas las formas de actuar de cada una de ellas, la tendencia a la reproducción de ciertos clichés desde el lugar de la realizadora –la recurrencia a la psicoanalista o al tarotista, como modos posibles de encontrar una solución a los problemas de relación- genera ciertas reservas a la hora de sostener la espontaneidad frente a la posible construcción de un relato orientado.

Pero el problema no radica allí, sino en la constatación de que Desmadre es un exponente de un cine barato. Un cine barato, para que se entienda, está más allá de los números de un presupuesto. Si bien es cierto que la política de créditos y subsidios del INCAA de la gestión actual está reduciendo al mínimo las posibilidades de realización, especialmente de documentales, por otro lado, hay una elección del cineasta. En primer lugar, al presentar un proyecto que estará, de una manera u otra, condicionado por el acceso al crédito o al subsidio. En segundo lugar, la de desarrollar o no un proyecto en esas condiciones. Es una elección que puede empezar siendo estética, pero a la larga se revela moral.

La base de ese cine barato es recurrir a lo más cercano: esto implica no solamente refugiarse en lo que requiere de una menor logística, y una menor dependencia de factores externos, sino también –y he aquí el problema- lo que requiere de menor investigacióny trabajo de campo –o que al menos relativiza su importancia-. Se trata, en fin, de maximizar los recursos. La elección de Farji de poner en el centro de la escena a su familia no es nueva, y quizás sea eso lo que inquieta, como posibilidad de una tendencia de una parte del cine argentino. El año pasado, María Victoria Menis realizó Mi histeria en el cine bajo coordenadas similares: un documental cuya excusa era la relación de la directora con su propio cine y trasvasado por las relaciones familiares. Que un cineasta elija filmar a su familia no tiene, en sí mismo, nada de malo, salvo que ese recurso para poder filmar se cierre en sí mismo, que se baste como material fílmico. Si no hay algo por detrás que sostenga esa mirada sobre lo familiar –como podía haber por ejemplo en La mecha o La navidad de Ofelia y Galván de Raúl Perrone, o en Papirosen de Gastón Solnicki-, se corren riesgos de abusar de esa cercanía.

El recorrido que hace la película de Farji –aun cuando tenga algún que otro momento interesante, relacionado con imágenes del pasado que establecen otro tipo de vinculación entre las tres generaciones de mujeres- tiene como sustrato el intento por sacar de cierta zona oscura las relaciones entre madres e hijas. Pero la desconexión entre las dos líneas de desarrollo implica un fracaso doble: ni se plantea como retrato de una relación en particular –la de ella con su madre, la de sus hijas con ella- ni como una mirada más abarcativa desde la exposición que hace el resto de las mujeres convocadas. Entonces, lo que queda es que Desmadre parece más el vehículo para el exorcismo de ciertas cuestiones familiares, que una verdadera exploración por la relación de madres e hijas.

La pregunta que Farji no se hace es previa a la concreción del documental. Es cuánto de lo personal se cree representativo de lo general, cuánto de la experiencia propia puede ser extrapolada como parte de un colectivo más amplio que pueda verse reflejado. O aún más, cuánto de lo personal vale la pena que sea representado y puesto en pantalla. Es así que Desmadre pone su centro en un universo demasiado pequeño, en el que no parece que su realizadora tenga nada nuevo que decir. Ni parece encontrarse una manera diferente de decir lo mismo. Visto así, no solo parece un ejercicio ombliguista y autocomplaciente, sino y por sobre todo, una apuesta demasiado facilista para seguir filmando en tiempos difíciles. La cuestión, como siempre, es que solo con eso no alcanza.

Acá puede leerse otra crítica sobre la misma película.

Desmadre (Argentina, 2018). Dirección: Sabrina Farji.  Guion: Sabrina Farji. Fotografía: Connie Martin. Edición: Ezequiel Brizuela. Duración: 74 minutos.

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