En el mes de octubre la editorial La Bestia Equilátera publicó la novela “Deliverance”, de James Dickey, con el infortunado título de “La violencia está en nosotros”. Este nuevo bautismo tiene una explicación: es el nombre con el que se estrenó su adaptación cinematográfica entre el público local.
Más allá del traspié del título, la novela es una genialidad absoluta desde la primera página hasta la última. Su adaptación cinematográfica, también. El argumento es escandalosamente simple: unos amigos organizan un viaje en canoa y las cosas salen mal. Eso es todo. James Dickey no necesitó más que eso para crear una fábula moderna. La prosa es despojada, contundente y se permite incorporar pasajes líricos que no hacen más que exacerbar el interés, cautivo, del lector. Realmente es una novela absolutamente efectiva, como pocas.
Su acierto es múltiple: el argumento es fácil de entender, promete entretenernos y nos remite, en mayor o menor medida, a una experiencia cercana. Irse de campamento, ir a pescar, escalar una montaña. La aventura calculada, la suspensión de la rutina. Pero hay más: la potencia de la novela radica en la manera apacible y despojada con la que se narra la violencia de lo imprevisible. Los personajes, perfectamente caracterizados y reconocibles, dejan una huella imborrable.
Tanto si se ha visto la adaptación cinematográfica, realizada con éxito por John Boorman, como si no, vale la pena leer el libro. La adaptación es absolutamente fiel al texto original (no podía ser de otra manera, ya que el autor del libro es el guionista de la película), pero por una cuestión de formato y extensión el libro luce como la historia completa. Al menos, tuve esa impresión: como si la película recortara el núcleo duro de la historia y la novela contara todo con detalles, y esos detalles son sustanciosos y complejizan la apreciación de la obra en conjunto.
Lo que en la película es apenas una sospecha se amplía en el libro sin sobreexplicar ni aburrir. Por ejemplo, la película comienza sin preámbulos, cuando el grupo de amigos que han planeado su viaje en canoa ya han puesto manos a la obra. En cambio, en el libro debaten ese posible viaje, sus pros y sus contras y, en ese debate, se ahonda en los motivos personales que cada uno tiene para emprenderlo.
En cualquier caso el narrador es Ed Gentry (Jon Voight), uno de los cuatro amigos implicados. Por lo tanto prevalece su visión de las cosas, aunque tiende a ser imparcial. Tiende a narrar los acontecimientos con precisión, sin juzgarlos. De ahí que en el inevitable pasaje de narrador subjetivo a narrador objetivo, desde el libro a la película, no exista un gran contraste.
El resto del grupo se compone por Drew Ballinger (Ronny Cox), Bobby Trippe (Ned Beatty) y Lewis Medlock (Burt Reynolds). Cada uno representa un aspecto de personalidades arquetípicas y todos, en conjunto, representan una condición social, que también es una manera de ser en el mundo. En conjunto, es gente a la que le ha ido bien en los negocios, todos tienen familia y son ciudadanos respetables. Aún son jóvenes y pueden permitirse estos momentos de dispersión. Lewis Medlock, aventurero experimentado, ocupará el papel de líder, hasta que deja de hacerlo. Es quien se ha despachado grandes discursos sobre el malestar en la cultura, sobre la irritación civil, y su posterior amansamiento se vuelve significativo.
El devenir de los acontecimientos funciona como un experimento y muchas teorías se revelan imperfectas. La realidad, expresada en el contratiempo, en la dificultad, en la pesadilla interminable, revela su esencia misma y los discursos a favor de la naturaleza y de lo salvaje se volverán insufribles. En todo caso, hay una tensión imposible de resolver entre la civilización y la barbarie. Una tensión que queda expuesta de manera brillante.
Sería interesante ahondar en cómo es que las cosas se complican exactamente, pero eso arruinaría la sorpresa. Basta decir que el momento en el que las cosas comienzan a fallar sirve como una metáfora entre lo bueno y lo malo. ¿Qué es la civilización? Ese momento bisagra.
También es interesante destacar que las cosas se complican por culpa del destino y que nadie puede hacerse responsable de lo involuntario. Sin embargo, hay ciertas decisiones tomadas por los protagonistas, cuando lo involuntario al fin sucede, que acaso descubren el caos ante todo.
La naturaleza como metáfora del destino. El flujo del río y las mareas: una fuerza ingobernable. La preponderancia del hombre y su voluntad cuestionada por completo.
Quien aún no se haya acercado a esta historia puede pensar que se inscribe en cierta tradición trágica. Sin embargo, se nutre del pulso de la aventura. Es un viaje del que sólo se puede volver modificado.
Deliverance (EUA, 1972), de John Boorman, c/Burt Reynols, Jon Voight, Ned Beatty, Ronny Cox, 110′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: