hn_banners150x220cmts_muestraI. Códigos. Una banalidad –una billetera perdida en un taxi- se transforma en un hecho trascendente por dos motivos que se conectan. Uno, la billetera –no importa si tiene dinero o no- lleva el escudo de Vélez. Hugo Pelosi (Carlos Portaluppi), el taxista que la encuentra, es hincha y exjugador de San Lorenzo. ¿Qué pasa por la cabeza de un hincha de un club de fútbol para devolver una billetera a un hincha de otro club del cual se es acérrimo rival?

Hugo vive solo en un departamento oscuro, sus relaciones son tan ocasionales y pasajeras como las que entabla en el taxi que maneja –otro taxista en el bar, una prostituta-. La billetera es apenas el símbolo de un código común. Julián (Valentín Greco), el dueño de la billetera, es un chico que juega en un club de barrio al que lo lleva su madre Silvia (Ana Katz). Ni siquiera importa el hecho de que en la billetera está el documento que le impedía entrar a la cancha. Importa que la pertenencia al fútbol establece la posibilidad de una relación concreta. Es un detalle no menor: al revés de lo que suele ocurrir, Hugo no se acerca a Silvia por una atracción inmediata, sino que comienza a acercarse a ella a través de la comunidad en que entra con Julián. Ni siquiera interesa si se trata de una suerte de reemplazo de la relación entre padre e hijo –que en parte lo es-: se trata de que en Julián Hugo encuentra la posibilidad de aconsejar, de hablar desde su experiencia, de tratar de llevar a un proyecto de jugador de fútbol a algo más concreto.

En Hijos nuestros los dos personajes se entienden de inmediato porque, a diferencia de muchas otras películas que tomaron al fútbol como excusa, pone en el centro la manera en que el fútbol se transforma en el centro de la vida de una persona. Y la manera en que el ecosistema de lo que se piensa como una vida “normal” se altera irremediablemente cuando la pelota empieza a rodar y en la cancha está el club del que se es hincha. Por esa razón, esa escena aparentemente inocua en la que Julián empieza con los cantitos de la hinchada de Velez, y Hugo lo amenaza con bajarlo del taxi, es tan crucial como el regreso en el taxi después de la prueba: uno y otro entienden que no son nada sin el fútbol y que es así como se relacionan, incluso en las diferencias. De esa manera, Hijos nuestros se emparenta con El 5 de Talleres –y no parece casual que dos de las ficciones más interesantes de los dos últimos años encuentren en el fútbol su referente-, y hasta arriesgaría que conviene ver a las dos en tándem. Lo que para la película de Biniez es el proceso del retiro del jugador y la forma en que el entorno –su mujer, especialmente- trata de reinsertarlo en una vida cotidiana que ha abandonado, para Hijos nuestros es como su negativo: ese momento en el que varios años después, el exjugador, solo y perdido en lo cotidiano, intenta recuperar los lazos que lo unieron a lo que lo hizo feliz.

II. Límites de los códigos. Pero en el medio está Silvia. Y hay, no se diría que desde el comienzo, pero hay, sí, una atracción que se vislumbra en la forma en que Hugo entiende el lugar de compañero, a partir de su hijo. Pero ella está afuera de los códigos que manejan Hugo y Julián: su preocupación es mantener el hogar preparando comidas a pedido. Es, al comienzo de la historia, una madre que acompaña y que es un buen soporte para la búsqueda deportiva de Julián. Pero lo hace como madre y no entiende los códigos del fútbol (de hecho, a veces se refugia en el bar del club cuando su hijo entrena). Hay algo en ese mundo que para ella permanece ajeno e incomprensible. Dos momentos establecen con sencillez esa no pertenencia. En una de las oportunidades en que Hugo los lleva en el taxi al club, le sugiere a Julián que sea “más pícaro” en el juego: por ejemplo, que cuando haya un centro, “camisetee” a su marcador para anticiparlo. Para Silvia ese ejemplo no es ético, y esa es la medida de su visión. En cambio, Hugo le responde, con lógica futbolera: “Si el juez no te ve, no hay falta”. 1El segundo es el tenso viaje de regreso después de la prueba en San Lorenzo. Julián se queda en silencio mirando con evidente tristeza por la ventana. Hugo no habla. Silvia interviene: “No importa, va a haber muchas oportunidades”. Hugo estalla su bronca, Julián se sume en una tristeza mayor. Los dos saben que el fútbol, el deporte en general, difícilmente pueda dar nuevas oportunidades si no se las aprovecha. Pero cómo explicarle eso a una madre. Cómo explicarle a quien no entiende que el fútbol es otra cosa.

III. Límites. Un tobillo mal operado en el pasado que terminó con la carrera de Hugo Pelosi como jugador de fútbol –carrera que sobrevive apenas en las redes que se vislumbran en las imágenes televisivas de un gol-. Un alambrado que se interpone entre Hugo y Julián en el momento de la prueba en San Lorenzo. El fútbol, distancia inexpugnable con Silvia –una definición por penales es más importante que la salida al cine; pero también ver que en la prueba de Julián toma distancia de Silvia que se queda en la tribuna, mientras él se aferra al alambrado-. Hugo quisiera que su vida sea diferente: hace intentos, cree ver posibilidades de abandonar la soledad y la oscuridad, cambiar el vagar con el taxi por el espacio familiar como eje de su vida. Pero esos límites están, aparecen, hasta producen obsesiones –con los pies, en esa triada formada por los de Julián cuando juega, los de la prostituta en el juego sexual, y los del propio Hugo cuando lo revisan tras el accidente-. Y Hugo intenta superarlos. A veces solo con la imaginación –el mensaje personalizado que procede del programa partidario en la TV; la maravillosa escena de transformación de la ceremonia de confirmación en otro rito “santo”-. Y en el final, como si hubiera llegado al final de un largo aprendizaje donde hay más pérdidas que beneficios, con lo que le queda: la fuerza de voluntad que, a pesar de todo, lo hace correr, por su propia vida.

Aquí puede leerse un texto de Julián Mocoroa sobre la misma película.

Hijos nuestros (Argentina, 2015), de Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez, c/Carlos Portaluppi, Ana Katz, Germán de Silva, Daniel Hendler, Valentín Greco, 87′.

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