Dos países: Haroldo Conti y la señora Rosa. En 1966, los escritores Haroldo Conti y Ernesto Sábato develan dos actitudes antagónicas. El primero publica la novela Alrededor de la jaula, metáfora del país de entonces cuyo centro narrativo es Milo, un niño huérfano criado por un anciano y contenido por un grupo de vecinos que lo rodean de afecto. El segundo, saluda al golpe de Estado: “Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente. ¿Vos crees en la Cámara de Diputados? ¿Conoces mucha gente que crea en esa clase de farsas? Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentimiento de liberación”.
Habiendo transcurrido dos años del golpe, en el contexto de la Argentina sitiada, el concepto de almuerzo se resignifica con la irrupción durante los mediodías de simulacros mediáticos que tienen hasta hoy día como anfitriona a la Señora Rosa, oriunda de Villa Cañás. A través de esas ceremonias del mediodía, el público cae en la cuenta de que un almuerzo puede ser algo muy diferente a la habitual meseta en la vorágine diaria. Dichos simulacros pasan a naturalizarse como almuerzos reales, los espacios pagos como desinteresadas invitaciones, y ciertas pautas entre muchos de los invitados/personajes como charlas espontáneas. Los encuentros de la Señora Rosa, hasta la actualidad, suelen ofrecer al televidente una serie de cruces entre invitados, y de ellos con la anfitriona, que acercan la exposición de los cuerpos de los “comensales” a la lógica de un reality, en donde conviven mayoritariamente representantes de la farándula, de la política y del empresariado. Desde el onganiato hasta la actualidad, la conductora fue moldeando un personaje en el cual conviven una impostada cordialidad con un agudo cinismo que contabiliza momentos clave en la historia del programa. Un programa que convive en provisoria clave de espejo con la habitual comida familiar en la vida cotidiana de su público cautivo.
Una imagen antagónica a la de tales simulacros se presenta en un bar ocho años más tarde, durante los primeros meses de la dictadura cívico-militar de Jorge Rafael Videla. En el mismo, Haroldo Conti almuerza con su familia y se emociona junto a Aida Bortnik luego de escuchar de su boca la corrección del guion de Crecer de golpe, traslación cinematográfica de su novela: el huérfano Milo se corporizaría en pantalla. Probablemente en ese bar planifica con su esposa la salida al cine del día siguiente: El Padrino 2. No es difícil imaginarlo luego del cine, pensando y repensando el final de esa película en el que un hombre es asesinado por su hermano. Lo que seguramente no imagina es a esa salida como la última. El horror llega hasta su propia casa: esa misma noche lo secuestran. Un secuestro y posterior asesinato que se inscribe en las estadísticas trágicas del terrorismo de Estado de la última dictadura. Quien sí sobrevivió fue Milo, su personaje: el 30 de junio de 1977 se estrena Crecer de golpe con dirección de un amigo de Conti, Sergio Renán.
Sergio Renán en su laberinto. Crecer de golpe no acusa recibo del entorno hostil de la época. El huérfano, un muchacho triste, deambula por los suburbios de una ciudad melancólica, pero no sitiada. Milo no parece correr peligro en esos planos generales. La solidaridad de los personajes que lo rodean contrasta con los espacios de una Argentina que supo sacar afuera lo peor de la condición humana. Renán, aún con Conti desaparecido, no evoca el entorno de época: lo elude. ¿Miedo… o naturalización como modo de supervivencia? Un dato aún más certero, divorcia Alrededor de la jaula de Crecer de golpe: en el final de la novela, Milo es empujado hacia un patrullero; mientras que, en la película, el guion lo salva. Aquel hombre que decidió no fugarse aún a sabiendas de que integraba una lista negra, lloraba emocionado en el bar al abrazarse con Bortnik, luego de consensuar los retoques al guion. ¿Habrá consensuado lo que quedó finalmente como producto final?
Un dato insoslayable es que Renan tuvo enormes dificultades para terminar y estrenar la película. En tal sentido, recuerda Nemesio Juárez que los militares sentenciaron que “era la última película triste que se hacía en el país”. Por lo tanto, una lectura posible es leer el resultado final de Crecer de golpe como lo máximo que el director supo tensar la cuerda, en oposición a las presiones del régimen. Quizá su idea era que, aún con las concesiones, Conti se visibilizara: un homenaje dentro de los límites de lo posible, por aquellos años.
En dialéctica con la “tristeza” de Crecer de golpe, dos años más tarde, el mismo director dirige el documental más “alegre” y propagandístico de la dictadura: La fiesta de todos, sobre los festejos del Mundial 78. Suponiendo que el resultado final de la novela llevada al cine fuera el fruto de un conflicto interno de Renán, su siguiente película termina inclinando la balanza hacia la peor de las traiciones a Conti y su causa. Un pastiche kitsch por encargo, en el cual simbólicamente Jorge Rafael Videla se erige en protagonista absoluto, a pesar de que merece solo dos breves apariciones. La película alterna situaciones con el triunfo de Argentina y su utilización política por parte del régimen – como el latiguillo de la “campaña antiargentina” – recreaciones de ilusorias familias exultantes y repentinamente “patriotas”, aparición de actores de la época y de famosos apologistas mediáticos del gobierno más vergonzante de nuestra historia, y los festejos de amplios sectores de la población con síndrome de Estocolmo. A treinta y tres años de la película, en una entrevista a La Nación, Renán confesó: “No debí hacerla, y eso es algo que nunca me terminaré de perdonar. No debí hacer la película que fue. Te digo ‘la película que fue’ porque hay gente que dice que ensalza el gobierno militar, cosa que no es. Pero aun lo que fue, una película de gente gritando goles, no debí hacerla. Sucede que todos mis reparos eran de tipo artístico y no de tipo ideológico, porque tenía claro que era un homenaje a Kempes y Fillol”. Tales declaraciones dejan al descubierto que el Mundial como “fiesta” lo condujo a no hacer abstracción de la relación entre la organización del evento y los festejos posteriores, con las intenciones del poder de entonces.
¿Qué relevancia otorgaría Renan a las Madres de Plaza de Mayo marchando en oposición a los festejos, a los familiares de desaparecidos haciendo fila en el Ministerio del Interior y a la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que recibían las denuncias sobre los desaparecidos en ese mismo 1979?
Naturalizaciones. La naturalización es un modo de supervivencia nada inocente: incluye la conservación de una forma de pensarse a sí mismo. De este modo, un escritor famoso institucionaliza, por medio de sus declaraciones, un golpe de Estado. Un golpe de Estado con el impulso, apoyo y sostenimiento de las corporaciones mediáticas cómplices naturaliza, con la plataforma del aval de Sábato, un entorno de país sitiado. La Señora Rosa, desde su alter ego instituido, opina y su opinión es naturalizada como una opinión calificada desde el llamado sentido común. Sergio Renán naturaliza el Mundial 78. Y el terror implantado desde 1976 es naturalizado mayoritariamente: por eso muchos siguen repitiendo que durante la dictadura, por más que a obreros, estudiantes, militantes, intelectuales se los llevaran, no solo de noche sino a cualquier hora y delante de todo el mundo, nadie sabía. La naturalización exime y proporciona una tranquilizadora ajenidad de las relaciones de causa-efecto en la sociedad.
El almuerzo de Torre. En el presente 2015, alguien decidió resucitar a Haroldo Conti: la última noche de su secuestro es recreado en la película El almuerzo de Javier Torre. Como en los almuerzos de la Señora Rosa, el espectáculo captura un hecho privado. El hecho: la reunión que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976 en Casa Rosada entre el dictador Videla y los “Representantes de la Cultura”, Jorge Luis Borges, Sábato, el entonces presidente de la SADE, Horacio Ratti, y el cura Leonardo Castellani, quien va pedir por Conti.
Se alternan en la película el secuestro y muerte de Conti con el tristemente célebre almuerzo privado/público. Las situaciones de dramatismo, que incluyen el allanamiento de la casa del escritor, su paso por el campo de concentración y el exilio de su esposa e hijo, no aportan a la forma de representar el horror: las reiteraciones en el cine de escenas similares que no salen de la habitual mostración de corte realista, generan un provisorio como sí, pero su previsibilidad obtura el pensamiento sobre los sucesos. Incluso intercaladas con la intimidad del almuerzo, donde la morosidad de las situaciones vela el universo siniestro durante el agasajo. Si algo merece rescatarse de la película de Torre es que el gran escritor como personaje puede, sobre el cierre de los primeros doce años de un gobierno que lo tendría más que seguro entre sus filas, merecer un relato propio, visibilizarse. E inmortalizarse.
El Sábato de Torre se muestra más aterrorizado que cómplice del régimen, como lo muestran sus declaraciones durante el mismo: “Están pasando cosas espantosas”, le lanza el personaje a su esposa por teléfono. Dicha actitud enturbia también el verosímil mediático construido en la posdictadura, sobre todo a través de su famoso prólogo al Nunca más, del cual se desprende un Sábato recién desayunado sobre el genocidio. De todas formas, al decidir Torre presentar una figura aterrorizada, confirma la imagen del escritor que empatiza con la imagen mediática de los ochenta.
Borges es un blanco más fácil. No es ningún secreto el conservadurismo y consecuente gorilismo que sacaba a pasear cotidianamente. En tal sentido, desde afirmaciones en sus textos y desde lo actoral, Torre toma la decisión de literalizarlo: es el personaje más mimético de todos. La caracterización corporal sobre su figura nos presenta el anhelo de un Borges exacto, no una opinión sobre Borges. Casi se puede decir que está ahí: sus gestos archiconocidos son re-producidos. Una paleta de habilidades por la cual al personaje no hay construirlo: se presenta digerido.
Los tensionados -léase conscientes de todo– comensales hablan con Videla sobre el Martín Fierro, sobre la ley del libro, le manifiestan su preocupación sobre la desaparición de escritores, y en uno de los momentos más tensos que lleva a tambalear la construcción de la subjetividad de Sábato, el mismo habla de una hipotética “guerra de purificación”. Esto genera la incomodidad del dictador: públicamente no podía darse el lujo de explicitar su pensamiento. Por eso también, en un momento previo, lanza: “Este es un gobierno de diálogo”; sustantivo poco feliz por su actualización en discursos “democráticos” que encierran lo siniestro.
La señora Rosa al desnuda. Fue durante la dictadura de Videla que la Señora Rosa se indignaba ante la llamada “campaña antiargentina”, cuando se denunciaban en el exterior las violaciones a los Derechos Humanos. Dicho relato pareciera entrar en colisión con otro, también protagonizado por ella: hace tiempo confesó haber hecho gestiones durante aquellos años por su sobrina, a quien habían secuestrado. Lo cual muestra que sabía todo lo que sucedía, aunque mediáticamente lo negara.
Naturalizaciones que se develan como complicidades, siempre y cuando el espectador quiera verlo y no naturalice a su vez al personaje, deviniendo también en cómplice.
El almuerzo (Argentina, 2015), de Javier Torre, c/Alejandro Awada, Arturo Bonín, Jean Pierre Noher, Roberto Carnaghi, 85′.
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