Atención: Se revelan detalles de la trama.
Para Aristóteles, un cuchillo es malo cuando no corta. En esa concepción, el mal sería algo que impide cualquier tipo de funcionalidad y, peor, algo que despoja de su esencia a cualquier objeto. Un mal cuchillo no es un cuchillo, es apenas un remedo de sí. Y si nos salimos de los objetos y lo llevamos a los seres vivos, ¿qué significaría, en ese caso, “lo malo”?
En Cuando acecha la maldad (Demián Rugna, 2023), esto último significa muchas cosas, ontológicamente es muchas cosas, pero, ante todo, es la representación de una fuerza contagiosa, una enfermedad que se expande cual virus a través del error, de la violencia, de la desobediencia, de la bronca. Ya en su película anterior, Aterrados (Demián Rugna, 2017), se plantea al mal como algo corrosivo, que está detrás de las paredes, en las cañerías, como un hongo, carcomiendo cimientos y conexiones dentro de una comunidad, en ese caso, en una cuadra de un barrio bonaerense. Es aquello que está por detrás, en la casa de al lado, el no-te-metás. Y el conducto es la muerte, los cadáveres, los muertos. El mundo de Cuando acecha la maldad podría considerarse una especie de expansión del concepto, más allá de lo urbano. “El Ruiz” (Luis Ziembrowski), dueño de los campos donde aparece el primer muerto, se saca al enterarse de que una familia que vive en un rancho contiguo guarda un embichado desde hace cosa de un año. Es una familia extranjera, y él los trata como invasores, la xenofobia se manifiesta sin tapujos. En el campo, se le suele llamar embichado a un animal cuya herida infectada empezó a anidar gusanos. El mal, en este mundo, opera ante todo como un parásito. El embichado es uno de los hijos de esta familia, y es una bola asquerosa de pus.
Paranoico con que se lo plantó el Estado para restarle valor a sus tierras, “El Ruiz” decide sacarse al embichado de encima, y con la ayuda de los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomón) lo cargan en una camioneta. Agarran la ruta y se lo llevan lo más lejos posible. Cuando se cruzan a un nene con guardapolvos en bicicleta, hacen una maniobra brusca sin notar que lo han perdido en medio de la ruta. Justamente, cerca de una escuela rural.
A partir de ese momento, los embichados son ellos. Y el embichado original, sabremos después, quizá por el tiempo que se mantuvo así, se ha vuelto un encarnado. De a poco, vamos conociendo las reglas de este mundo, que parece haber pasado una especie de pandemia del mal, donde se generaron una suerte de “reglas sanitarias” frente a estos poseídos. Hasta una canción hicieron. Pero la gente no tiene las reglas tan presentes, porque las reglas se hicieron para romperse, y porque en el campo parece ser tan infrecuente que para qué. Esas son cosas de la ciudad. Postura que retoma la vieja asociación de la ciudad con lo pecaminoso, y a lo bucólico en una idealización impoluta. La película se encarga de contradecir ese postulado ya desde el primer indicio sobrenatural, que se da cuando una de las cabras de “El Ruiz”, señalada de embichada por su esposa embarazada, se posa desafiante sobre la punta del rifle que la apunta. Ella le grita, le suplica que piense en el bebé que están por tener, le ruega que no lo haga, que no dispare, que va a traer la desgracia si lo hace. Los gritos son fundamentales, los gritos -como en Esperando la carroza (Alejandro Doria, 1985)- hacen al tono grotesco e inquietante de la película. Y el humor negro no está ausente de los momentos más cruentos. Por eso la cabra que le hace cuernos a Ruiz por el encuadre. Y por eso, después del balazo al animal, no te ves venir el hachazo que ella le mete en la cabeza al marido. Y, al instante, a sí misma. En la cara. Una, dos, tres veces. Y más. Una embarazada, sentada en el piso, dándose hachazos en la cara, hasta que su sistema nervioso central ya no le permite continuar. El embarazo es importante temáticamente, el mal que ahora se expande como enfermedad hace estas cosas. La película hace estas cosas. El espectador está avisado. Y es apenas el comienzo.
El temor, la paranoia, el conocimiento parcial desesperado alimenta al mal, y el mal se te mete, y este mal es destructivo, violento, caótico, y le va lo gore. Pedro y Jimi comprenden que no se puede luchar contra esto, y que solo se puede huir. Pero Pedro quiere ir al pueblo antes, a advertirle a su familia. En realidad, a la nueva familia de su familia. Las malas decisiones son malas porque no cumplen su función, es decir, generar situaciones favorables. Es decir, la mala decisión es equivocación y de eso Pedro va a hacer mucho durante el metraje. Es más, queda claro que las malas decisiones son algo que lo aqueja, y que trae consigo, ya desde su vida familiar. ¿Es su temor lo que ha confundido con su identidad, es decir, con su propia esencia? Cuestión que entendemos que ese matrimonio no se disolvió en los mejores términos, y cuando Pedro llega a la casa para llevárselos a todos, principalmente a sus hijos, reinan los gritos nuevamente. Pedro empieza a quitarse la ropa como cuando llegábamos del supermercado en la pandemia (es increíble que Rugna haya escrito el guion antes de que sucediera) y no es el mejor para explicar lo que pasa. Sabrina (Virgina Garófalo), su ex mujer, le pide que se vaya, que deje de asustar a los chicos con lo de los embichados, y apareciéndose así, pese a tener prohibido acercarse a ellos, se entiende que de manera incluso legal. El perro de la casa huele la ropa de Pedro, tirada, y se produce la escena que será más recordada en la película. Sobre todo afuera, porque un yanqui –por más sustos, violencia y sangre que le guste plasmar en sus películas- jamás haría en cámara lo que Rugna muestra en ese encuadre, sin cortar, terrible, que se presiente y sucede ante los ojos, y el nene que baja las escaleras y ve lo que los adultos no logran ver mientras discuten, cómo su hermanita es atacada ferozmente por su mascota, que ya no es mascota, porque se le ha ido esa esencia, ahora es naturaleza salvaje, es muerte, violencia, conducto del mal. Es lo otro, lo desconocido, lo indómito, lo fortuito, lo abyecto. Y matar al perro, esa ira que busca venganza es más muerte y destrucción, más caos. El mal es, ante todo, para Rugna, la pérdida misma de la humanidad, la deshumanización ante el odio. Ese perro ya no es un perro, es un monstruo, y el padre de la nena, ante la regla de no matar al embichado, no puede hacer más que rebelarse, más que transgredir. Disparar. Matar. Y cuando la nena reaparece, sin daño alguno en su cabeza, sabemos que nada está bien. Que cuando le dice al oído a su mamá, desesperada, que no comprende lo que pasa, que su papá la va a matar -ya con la audiencia tirando una risa que descomprime el horror que presenció-nos podemos esperar cualquier cosa. Pero antes de poder articular pensamiento alguno, un auto manejado por su marido la pasa por encima. Pedro entiende, como nosotros, que la cagó. Que ahora todo el pueblo está embichado, y nunca debió ir. Y consigo se lleva a sus dos hijos, uno de ellos autista. Y posiblemente, el personaje más fundamental.
En el trayecto, los hermanos, también se llevan a su mamá, la abuela de los chicos. La madre, o su versión deshumanizada, desalmada, irá tras sus hijos, primero en forma de llamado. Ahí, la embichada, refleja los temores de Pedro: lo considera- ergo, él mismo se considera, porque esta maldad utiliza los temores propios como herramienta de manipulación-poco hombre, que por eso tiene un hijo “fallado”. Pedro, corto para las palabras, en la voz de su mujer muerta, pone de manifiesto su propio pensamiento. Es él quien considera así a su hijo autista, él mismo se sabe un padre ausente y cobarde. Es la gallina degollada de Quiroga, es la retroalimentación corrosiva de los padres hacia los hijos enfermos, que manifiesta el odio, el desprecio, la culpa y el enojo en sí mismo. Es la carga y sentirse responsable, es el pensamiento malvado ante la propia sangre, hacia los que nos rodean, y hacia uno mismo. Rencor.
La madre de sus hijos irá por ellos, y cual la llorona, creencia profundamente arraigada a nuestra tradición, viene suplicando por ellos, para llevárselos. Lo hace con el más pequeño, tirándose del balcón. En el camino, será el típico fantasma al costado de la ruta, pero la imagen es terrible, va comiéndose el cadáver de su propio hijo. Ella es madre, vampiro, zombi, fantasma, poseída, el mismísimo demonio, Medea y el Saturno de Goya todo al mismo tiempo. Rugna toma del folclore local y de los folclores ajenos y los vuelve orgánicos, propios, pintando su aldea, sin resignar nada, mucho menos, lo que está contando. Porque, para él, el cuento es lo principal. Sus obras anteriores son episódicas, con ideas que se van juntando, pero en Cuando acecha la maldad, lo episódico se amalgama a la perfección, y las referencias se vuelven uno con el relato.
Si el mal es la esencia perdida, un hombre que es poco hombre, es casi un ser del mal, y un hijo que se lo entiende como fallado, se lo puede entender casi un hijo del mal. Esta tensión es fundamental, porque los niños están presentes constantemente, y porque Mirtha (Silvina Sabater), la única que más o menos entiende lo que está pasando, dice que el chico tiene un demonio adentro. Incluso la forma tan precisa de matar a un encarnado luce quirúrgica, reminiscente a un aborto.
Mirtha, de hecho, solía ser una pastora evangelista, una mala pastora, una falsa profeta, porque se sabía estafadora, porque no creía realmente, porque no tenía fe y la religión solo era espectáculo y negocio para ella. Hasta que el primer embichado que vio le vomitó su propia familia encima. También se sugiere una relación algo turbia con Jimi, el hermano de Pedro. Por eso, no es casualidad que sean chicos quienes se la lleven a martillazos en la cabeza. Estos chicos embichados, que actúan como un colectivo unificado, incluso cuando uno de ellos se muestra rebelde ante los demás, son protectores del Uriel, el encarnado-embichado original que se había perdido en la ruta. Pedro desoye las órdenes de Mirtha, que son las reglas básicas para evitar el mal. No sigue las reglas y mata a golpes al encarnado, que pide por su muerte. Y el encarnado era una suerte de huevo, de donde nace un niño, cubierto de sangre. Un engendro, el retoño de toda esa violencia e ira expandida, ahora convertida en carne, que le pasa su mano por la frente a Pedro, agradeciéndole su nacimiento. Es el hijo del demonio con la humanidad, que tiene a la nueva generación de consorte.
Pero la maldad de Rugna también es deseo, en tanto aquello reprimido que se manifiesta. Porque Jimi es quien observa a su cuñada comiéndose al hijo de su hermano junto a la ruta. Que él se la lleve puesta con el auto, y que ella atravesada por las astillas del parabrisas le diga que sabía que siempre la deseó pone de manifiesto que el niño muerto, horriblemente canibalizado por su propia madre, no dejaba de ser una fantasía perversa que se pasó por su mente. Temor y deseo entremezclados. Y el ejemplo más cabal de esto posiblemente sea la escena más terrible, porque funciona de la misma manera: La abuela ve llegar al nieto autista, caminando tranquilamente por la puerta, diciéndole que tiene frio, y le pide si le prepare un té. La normalidad absoluta de cualquier abuela, y un deseo terrible ante un nieto que no puede moverse por su cuenta, al que hay que cambiarle los pañales cuando se hace caca, y al que solo lo puede calmar un helado de extrañísimo sabor, como es el de manzana. Desear un nieto “normal” en esa situación es un deseo horrible, pero al mismo tiempo, comprensible, humano. Por eso su propio nieto, cual lobo de caperucita, se come a la abuela, porque el mal la carcome por dentro, la culpa. El deseo de lo que no debe ser. El helado no es de manzana por casualidad, la manzana es, tradicionalmente, el fruto prohibido. Y la transgresión, después de todo, es la más humana de las cualidades. Lo que permite la individualidad, la que nos hace sujetos. Es en esa contradicción ontológica, de que el hombre no es un objeto, sino sujeto, de que no es utilitario por naturaleza, radica la propia rebeldía, y en la rebeldía es donde radica, también, la maldad.
Cuando acecha la maldad (Argentina; 2023). Guion y dirección: Demián Rugna. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Lionel Cornistein. Elenco: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Luis Ziembrowski. Duración: 99 minutos.
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la vi y me sorprendio…los efectos, la fotografia, el guion la musica y la actuacion…..al igual que aterrados me dejo un sabor desesperanzador al final…….saludos!!
Muchas gracias por comentar! Y sí, comparto tu opinión. Desesperanzadora y sorprendente. Estate atento a la página, que pronto publicamos una entrevista muy extensa que le hicimos a Demián, donde cuenta -entre otras cosas- cómo se le ocurrió la idea y el estado general del cine de terror argentino.
Saludos!
Muy interesante la reflexión de la abuela, al indicar que su real anhelo se vuelve pesadilla cuando ve a su nieto hablarle bien.
Hace mucho tiempo que una película no se me queda en la mente como está.
Muy buen análisis.
Saludos
Muchas gracias, Diego. Esa escena es terrible en su sutileza, y sin dudas, Rugna tiene una gran habilidad para construir escenas memorables.
Gracias por leer y comentar,
Saludos!
Me encanto tu review y coincido en todo tu analisis. muy buena pelicula, perturbadora a mas no poder. te pregunto una inquietud que me quedo cuando la vi. Puede ser que los hijos no sean de el protagonista sino del hermano? la escena de la atropella y el varios detalles a lo largo del film me hicieron pensar eso.
Muchas gracias, Jorge. Sobre lo del hermano, a mi me dio la sensación, por lo que dan a entender, que Jimi estaba enamorado de Sabrina y él resentía el hecho de que ella tuviera hijos con Pedro, pero a lo mejor se me pasó algo. Igual, es interesante lo que planteás, ¿en qué detalles lo ves?
Saludos!
Hoy la vi, y tu reseña es un deleite.
Considero que el cine de terror Argentino está llegando a un punto excelso. Como mencionan, ésta y la de Aterrados me parecieron estupendas. Alguna recomendación similar? Saludos desde Mexico.
Muchas gracias, Joselo, por leer y por el comentario, qué bueno que te haya gustado la reseña, y la película, claro. Sobre películas similares, justamente estamos publicando en la página un informe muy completo sobre toda esta movida de terror argentino actual, pero te tiro un par para que le pegues una mirada si te resultan interesantes: Historia de lo oculto, de Cristian Ponce (una suerte de thriller periodístico-político con aquelarres y brujería) y, para seguir con Rugna, tenés Malditos sean!, que la hizo junto a Fabián Forte, y No sabés con quién estás hablando, que es más bien una comedia negra, pero vale mucho la pena. En el informe, tenés varias más, muy bien analizadas y desmenuzadas; después contanos qué te parecieron si las ves. Saludos!
me ha encantado tu análisis, admiro cómo lo has interpretado todo :)
Se aprecia el comentario, igualmente, es apenas una mirada más. La película viene dando textos de los más variados, por suerte. Eso habla muy bien de ella y de Demian, claro. Gracias por leer y comentar!