life-itself-poster1El cine no es análisis, es la agitación de la mente. 

Werner Herzog.

Dotado de inmortalidad el cine registra por medio de variadas representaciones, y a través de diversos soportes que le permiten alcanzar impensadas generaciones futuras, una particular alquimia entre artilugio y espontaneidad, Cronos mediante. No obstante, su devenir es presente con consciencia de un pasado. Como si se tratase de un recuerdo inasequible, de humo, la ilusión de movimiento florece por un haz de luz proyectado sobre una pantalla. Un otro mirar mientras se mira. Un proceso de reactualización constante en la mirada de un espectador incapaz de manipular las imágenes que se presentan ante él, salvo por asimilación de lo que ya no es. Acto prestidigitador: en el cine, lo que es no se ve, y lo que se ve es siempre el río de un pasado inmediato y dinámico. Al cine con amor construye sobre este discurrir de la consciencia, no sólo a través de la mirada retrospectiva del homenajeado en el colofón de sus días sino estructuralmente, haciendo dialogar presente y pasado como eje fundacional de su propuesta, anclando el relato a partir de la realidad de su actualidad damnificada. La brecha de retorno del racconto biográfico al que el documental se aventura es un presente inescrutable urgido por una salud en declive y una herida generalizada.

life itself5Roger Ebert fue protagonista absoluto de una persistente y dura lucha contra el cáncer de tiroides que le diagnosticaron en el 2002, paroxismo que lo dejó sin mandíbula inferior cuatro años después y le concedió una boca eternamente abierta con una sonrisa dibujada al frente de una mirada forastera. Ebert se convirtió en el residente desconocido de un rostro definitivo. Sus “pulgares arriba” (o abajo) -tan característicos a la hora de valorar sus críticas y marcar tendencia- le sirvieron para empatizar con los que lo rodearon en tiempos de tormenta, adquiriendo finalmente resonancia vital en la realidad, contraponiéndose a aquella otra muchas veces ilusoria, consumista y consumida del mercado cinematográfico que también representó.Ya sin poder comer o beber por sus propios medios, la pluma de Ebert continuó vigente a través de su blog personal, sin voz propia y haciendo uso de la tecnología que le permitió hablar mediante sintetizadores. Ebert siguió escribiendo incesantemente con su peculiar romanticismo no alambicado, de prosa diáfana y concisa, estilo citadino e innegable afán popular. Puede que a muchos eruditos de la cinematografía les incomode la idea pero Roger Ebert, junto a Gene Siskel, fue el principal responsable de que la crítica de cine llegue a las masas y el lenguaje cinematográfico como forma de expresión artística sea valorado como tal, delegando mucho del plexo intelectual de su admirada Pauline Kael para acercarse a un populismo que lejos está de expresar un ápice de chatura ontológica, así como de expresar la grandeza literata que el documental, en su panegírico, presume mediante citas de sus escritos. Lo cierto es que su influencia en la cultura es incuestionable, alzando el barómetro concluyente que determinó la suerte que correrían las películas en la taquilla.

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Al cine con amor está basada en las memorias que Roger Ebert plasmó en su libro Life Itself, título homólogo (espantoso) al elegido por Steve James para este documental que planeaba ser un exhaustivo seguimiento a la figura de Ebert, incluyendo entrevistas y proyecciones que contarían con su presencia. Mucho de lo narrado son extractos de capítulos del libro a cargo de la voz en off del imitador Stephen Stanton, que ya había suplido su ausencia vocal anteriormente en la serie animada Robot Chicken. El documental comienza con un infortunio sorpresa: Roger Ebert se encuentra reposando en un hospital por una fractura de fémur. La cámara lo filma dormido y observa la intimidad sin resguardo ni tapujos. La captación de lo real es la moral que prepondera incluso si en ocasiones ese sincericidio no proteja lo suficiente a sus protagonistas. ¿Cuál es el límite? El enfoque de James, felizmente, no es condescendiente; pero ello también tiene un precio. Ver la inserción de una sonda succionante a través del cuello de Ebert es ser testigo partícipe del extremo dolor que padeció a diario, y más que un signo de identificación, la imagen cuesta y repele. Más que realismo hay voyeurismo, y James parece confundir ambas en reiteradas ocasiones. Hay otra escena en la que se filma a Ebert en plena rehabilitación, desde la distancia, en una sala vacía y sin luz mientras se esfuerza por dar los pasos necesarios para subir una escalera. La escena es lacónica y muy triste. Incluso si Ebert tiene éxito en su cometido, el prisma desolado de la calculada puesta de cámara evidencia lo innecesaria y tendenciosa que es. El resultado entra en conflicto con sus intenciones documentalistas: la mirada no se posa sobre Ebert, sino sobre la del director. Nobleza obliga, James también toma buenas decisiones; expone sin cortes algunos momentos incómodos, por ejemplo, el irse de boca de uno de los entrevistados hablando de una prostituta con la que se lo vio a Ebert en el O´Rourke’s, aquél bar de Chicago que oficiaba de sede de reunión alcohólica, peleas fraternales y compañía de mujeres psicópatas y amigotes que parecían haberse escapado de una scorseseada.

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Thanatos sedujo a un etílico Ebert que terminó encontrando su salvación en alcohólicos anónimos, refugio donde conoció a la afroamericana Chaz, mujer-leona a quien el documental apenas ampara y por momentos hasta espía en su vulnerabilidad. Se casaron cuandoEbert tenía 50 años en una pomposa boda al estilo de El padre de la novia, sellando tan sólo una de las historias de amor reverenciadas. La otra historia (mucho más jugosa) es la relación Siskel-Ebert, pareja televisiva que entabló un intenso vínculo de amor-odio radioactivo que fue mutando en un apasionante nudo gordiano. El documental aborda generosamente aspectos de la vida de Gene Siskel (muerto en el 1999 por un tumor cerebral) y las idiosincrasias vinculares de su neurosis simbiótica. Comenzaron con el pie izquierdo, con Ebert como crítico del Chicago Sun Times (diario de carácter populista), y Siskel, en la vereda de enfrente, escribiendo para la competencia, el opulento Chicago Tribune. Ya en el mítico programa de TV Siskel & Ebert and The Movies ambos eran reconocidas figuras públicas que lo conducían juntos a regañadientes desde una sala de cine vacía. A Gene le gustaba sentarse en la última fila, a un costado. A Roger, en cambio, le gustaba ver las películas más cerca, a una distancia del doble del tamaño de la pantalla. Como perros y gatos, siempre. El común denominador era el de dos nenes que les encantaba pelear; para el crítico Richard Corliss era “una sitcom con dos tipos que vivían en una sala de cine”. El recorrido que el documental propone a través del oxímoron Siskel Ebert alcanza el summun del entretenimiento con material de archivo que los muestra grabando un copete para el programa: se cantan las cuarenta sin levantar la voz, se corrigen y se torean a más no poder; luego empiezan las burlas, los chistes, las risas, para inevitablemente terminar casi a los abrazos con un Ebert tentado y gritando: “¡Ya estábamos incendiándonos cuando Martin Luther King no era ni un brillo en los ojos de su madre!”.

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En lo formal, Al cine con amor se sirve de un montaje ágil y preciso, con simultaneidad de información en imagen, pero no propone mayores novedades; al contrario, guarda semejanza con los orígenes televisivos de su productora la CNN. Por momentos uno siente estar viendo un especial de dos horas sobre la vida de una celebridad más que una experiencia cinematográfica sobre un crítico de cine. Y es que Roger Ebert supo ser ambos, por un lado el showman apasionado que le gustaba tener la última palabra, hacer grandes ademanes y a veces críticas ridículas como la mítica moralina que le hizo al Terciopelo Azul de Lynch; por otro, un tipo prolífico, astuto y que escribía lo suficientemente rápido y bien como para ser funcional a los medios que representaba y las necesidades de la cultura de consumo. A pesar de los vaivenes pendulares y los comprensibles sentimentalismos de su loa fúnebre, el ambicioso relato provee información sólida sobre los orígenes psicológicos de una gran personalidad de la cultura norteamericana, desde sus inicios periodísticos hasta su ascenso como editor egomaníaco y tirano en el Daily Allini, y luego su recibimiento absoluto en el Chicago Sun Times que lo acogió como autoridad crítica en menesteres cinéfilos. Colmado de anécdotas y debates que no profundizan lo suficiente en el rol del crítico cinematográfico, no obstante el recorrido es amplio: viajes a Cannes, invitaciones a renombrados eventos, odas al Pulitzer, proyecciones de cine, orígenes familiares y hasta aspectos interraciales. Las entrevistas a amigos y colegas incluyen la participación de varios directores, entre los que destacan un risueño Scorsese –que fue uno de los productores ejecutivos- y Herzog, el caminante del mundo, que le dedicó la maravillosa Encounters at the End of the World al “soldado del cine”, como gustaba llamarle.

life1El destino final de Roger Ebert fue mucho más que una semblanza de mal gusto con el Conrad Veidt de El Hombre que Ríe de Paul Leni o, si se prefiere, la referencial sonrisa inmutable del Sardonicus de William Castle. Lo suyo tenía que ver más con la fantasía russmeyeriana, y esto no es una alusión mamaria –aunque fue el improbable guionista de Beyond the Valley of the Dolls– sino una referencia al espíritu indomable, honestidad y carácter que se impuso en los últimos días de su vida, ya con la muerte inexpugnable en su horizonte y la sonrisa excediendo cualquier rostro.

Al cine con amor (Lifeitself, 2014) de Steve James, con Roger Ebert, Chaz Ebert, Gene Siskel, Martin Scorsese, Ramin Bahraniy, Werner Herzog. 120’.

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