“Si yo soy así, no es por culpa de la droga”

Ricky Espinosa

Desde una cama compartida con su hijo veinteañero, Dolores Fonzi, “Blondi”, se despierta en un amanecer naif, resacoso, fumón. Son los primeros planos de su ópera prima sobre guion propio, que entre colores y confort presentan un universo romántico. Este triple desafío irá de menos a más una vez que aceptemos el mundo irreal que se nos propone: madre soltera, hijo que come y fuma churro a la par, Argentina clase media, y cero rastro de penuria económica o quilombo. Es más que un presente pre Milei. Es raro, crismorenístico. No hay conflicto externo a la trama que siquiera sirva de contexto. Transitamos una ciudad mucho más callada y de buenas vibras que la reconocible Buenos Aires. Blondi, el personaje, tiene un trabajo pedorro, pero lo vive superpilas: maneja un auto viejo que no se queda, deja la loza del porro a nubes por toda la ciudad, y lo más lindo (una vez ya rendidos en la aceptación del universo Fonzi), no se registra existencia de ni un sólo policía. Pero nos atrapa a fuerza de belleza fotográfica, de planos, de luz, y crea un limbo noventoso pero actual, de tintes punks, pero totalmente indie. Hasta la Avenida General Paz se ve linda. También le perdonamos esos primeros pasos sobreactuados del inicio, a la Fonzi actriz, ese despertar torpe y remolón, que al cruzar de un ambiente a otro se activa de golpe y sin rastros. Y se los perdonamos porque ahí sí, después de este arranque peligroso, todo lo que sigue está bien. Muy bien.

Sorteado el despertar, Fonzi actriz se suelta, y su actuación se pone en altura, comandando una película que gira en su entorno. No hay un problema inicial que altere la normalidad que se nos presenta. Es la cotidianeidad de Blondi, una mujer que fuma porro 24-7 ―como dirían los zombis―, y donde lo más importante es la relación con su hijo, o mejor dicho, donde la directora quiere que pongamos los ojos. La relación va: sumamos momentos, detalles, códigos. Mientras, sub-tramas completan el universo con personajes secundarios, todos vínculos inmediatos de la protagonista. Se suma así la hermana de Blondi, Carla Peterson, con un desempeño muy ajustado, y aunque en un papel muy suyo, no se vuelve una berreteada típica de Canal 13. También está su madre, Rita Cortese en la piel de Pepa, a un nivel superlativo, robando atención, sosteniendo el umbral de la comedia centímetros antes de las risas, y varias veces junto a Leonardo Sbaraglia, recontra cómodo interpretando al cuñado de Blondi, un pelotudo genial en cada escena que le toca. Las actuaciones, cada espectador podrá elegir su favorita, son uno de los puntos más altos de esta ópera prima. Pero no es ninguno de los anteriores quien sorprende o gana la “contienda” para esta crítica, sino Toto Rovito, Mirko, hijo de Blondi. A medida que avanza la película, es él quien deja en claro que Blondi no es una película para adolescentes pelotudos que cantan chufa chufa. A diferencia de muchos “hijos de”, Toto justifica su trabajo con oficio. Partiendo de un fisic du rol arriesgado para hijo de Dolores Fonzi, a fuerza de expresión, soltura y carisma, refuta cualquier pedido de adn. En esa fuerza entendemos que Blondi podría ser algo similar a un road movie fumón que en algún momento debería estrujarnos el pecho, o sino, una vez terminada, dejarnos alguna sensación linda.

Es lógico que el espectador concentre su atención, deposite su intriga, en la resolución del conflicto entre madre e hijo, que lógicamente acontece una vez bajados todos los naipes. Siguiendo esa lógica, la película funciona muy bien, y es muy probable que el espectador vea satisfechas sus expectativas. Asimismo, este buen debut de Fonzi permite otros escapes, otras perspectivas, incluso resolverla antes. Hay una escena dentro del auto en que van madre, hijo y abuela; Blondi, Mirko y Pepa. El hijo, la abuela y el espectador saben que hacia fin de la película hijo abandonará a la mamá. Mamá es la única que no lo sabe. Es una escena que infunde una angustia grandísima. Para la madre será un garrón. Para el hijo una oportunidad. Pero para la abuela, en el asiento trasero mirándolos con ojos de experiencia, por guion y destreza actoral, es una etapa más de la vida, que en Fonzilandia sin policías es hermosa, y que seguramente a futuro tendrá otra aventura de tres generaciones adentro de un auto con barandazo a porro.

La música y el porro son dos elementos fuertes en Blondi, que no molestan, pero a veces no se encajan del todo. Ella fuma toda la película, incluso mientras se baña. En determinado momento Blondi junto a otros censistas bajan de su auto y se desprende una nube interminable. Como en ese ejemplo, la narración recurre a ciertos lugares comunes que por suerte no terminan de activar grandes risas, pero que juegan un poco más allá de “normalizar” el tema. Del mismo modo la música, aunque todas grandes canciones y muy a tono con el clima de la película, parecen más seleccionados por efectivos y lindos, que para servirle al guion o aportar profundidad a la trama o alguno de los personajes. Sí eliminásemos el final con la canción “María”, justamente de la banda Blondie, la película no se perdería de nada, y nos ahorraríamos una escena medio adolescente que desentona con el buen peso general. Un peso que se construye en un finito roce entre lo emotivo de los sentimientos, y lo pasatista de la diversión. Quizá la música y el porro, sean la respuesta a una pregunta que hace uno de los personajes a mitad de la película. Allí, Blondi es increpada en su propia casa por otra madre: “¿Hay algún adulto acá?”, le pregunta. El universo Fonzi es muy lindo, mágico, aunque dos de sus elementos más fuertes sean usados injustamente como justificación.

Blondi (Argentina, 2023). Dirección: Dolores Fonzi. Guion: Dolores Fonzi, Laura Paredes. Fotografía: Javier Juliá. Edición: Andrés Pepe Estrada, Susana Leunda. Elenco: Dolores Fonzi, Carla Peterson, Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia, Toto Rovito. Duración: 87 minutos.

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