Advertencia: se revelan todos los detalles de la trama (que, por cierto, no son demasiado interesantes).

Bird Box entretiene, y seguramente será difícil que algún espectador la aborte. Pero el reciente estreno de Netflix no es un producto inocente: viene cargado de gran connotación religiosa y, más que una película apocalíptica, merece más ser tratada como una película antiabortista.

La verdadera trama subyace detrás de la que pretenden mostrar: es un ejercicio sencillo para quienes estén acostumbrados a cualquier adoctrinamiento religioso. Malorie (Sandra Bullock) está embarazada y sin síntomas de querer al bebé. No hay padre, ni se lo nombra. Por el tamaño de la panza, la película no habilita el debate aborto sí o aborto no, queda claro que ya no hay tiempo para interrumpir el embarazo. Pero todo está ahí. Malorie no conecta con el embarazo, la obstetra se da cuenta, le da un folleto con instrucciones para darlo en adopción y la hermana de la protagonista rema y rema. Bird Box alecciona con un embarazo apocalíptico que debe llevarse sí o sí hasta el final para mostrar que toda tormenta cesa. Por eso la película comienza el día del apocalipsis y no antes. Por eso en las charlas de la protagonista con su hermana no hay rastro alguno del padre, del pasado, ni de los primeros meses en los que esa madre que no conecta seguro pensó la palabra aborto, aunque sea para decir no lo hago ni en pedo. Y para hacerse bien los boludos, y no habilitar siquiera el debate, aparentemente el embarazo no es fruto de una violación, algún revolcón casual o alguna otra situación de mierda. Ese tema ni se toca. Nah, Netflix y sus socios ocultos no se andan con chiquitas: ¿qué peor que ser madre en medio de un apocalipsis… extraterrestre?

La película alterna dos tiempos constantemente. Arranca en el preludio del desenlace, en el inminente comienzo de la escena final, y retrocede varias veces a escenas más largas que narran los cinco años previos y van de apoco posibilitando el entendimiento de ese clímax final. El truco es sencillo y el espectador lo canaliza sin problemas: los dos tiempos de la película se cocinarán a fuego lento para llegar al unísono a un final que promete revelaciones.

Estrenada en streaming a casi un año de una de las mejores películas del 2018, Un lugar en silencio, la estrategia de Bird Box no despierta mucha gracia. Mientras que en el apocalipsis de Krasinski los protagonistas no pueden emitir palabra porque los ET escuchan hasta el más sigiloso movimiento, Sandra Bullock y los suyos deben resistir con otro condicionamiento: la imposibilidad de ver. En todos los espacios exteriores, siempre llevan una venda en los ojos. En esta ocasión, el único temor que despierta esta decisión es que algún cráneo argentino esté firmando el acuerdo con Peter Alfonso o algún otro croto para que ande con las orejas tapadas en alguna serie pedorra.

Volviendo a Bird Box, una vez desatado el apocalipsis, Malorie (embarazada) deberá sortear diferentes amenazas hasta llegar a un sitio de momentánea calma. Es allí donde la película exhibe sus zonas más flojas. Alojada en una casa reparada del mal que acecha, la protagonista encuentra al típico grupo que intenta sobrevivir en cualquier película del género. Si bien las actuaciones no son malas, la dirección de actores parece instruirlos para simular más un Gran hermano que el terror a ese fenómeno sobrenatural que está aniquilando a la humanidad. Nadie en esa casa resulta creíble, o bien todos tenían una vida de mierda y les chupa un huevo si mueren o no. Allí mismo, en esa casa repleta de estereotipos, clichés y anticlimas, aparece otra inocente casualidad: otra embarazada.

Esta nueva embarazada sí quiere tener a su bebé, pero se le nota -y lo dice- que tiene mucho miedo. Ella será la inspiración de Bullock para seguir adelante, y la pieza que confirma al espectador -sagaz- que el apocalipsis es una excusa, un Papá Noel para meterte la Coca Cola. Por eso, mientras van muriendo personas escena tras escena, Bullock se debate entre bautizar a su embarazo frijol, melón o niño. A todo esto, a ninguno de los otros personajes se le despierta la inquietud de pensar en la amenaza. ¿Es extraterrestre? ¿Es un virus? Qué importa, nada importa, no hay nada que pueda detener ese embarazo.

Los bolazos están a la orden del género y, aunque son digeribles, en el final terminan por derribar cualquier sentido de realidad. Malorie navega en un bote por un río, con los ojos vendados y con más precisión que un medallista en canotaje. Sortea rápidos, naufragios y siempre tiene la correntada como aliada. Otra cuestión que atenta contra el clima de la película es la cara de Sandra Bullock. Evidentemente cirujeada, para los que precisamos de los subtítulos cuesta mucho leerlos cuando sus primeros planos nos recuerdan a Michael Jackson o a Polino. Pese a que su actuación es aceptable, alguna actriz menos reconocida quizás le hubiese sumado más dramatismo y credibilidad.

Llegamos a los momentos finales de la película sin saber demasiado del mal que acecha, y con los dos embarazos casi a buen término. Bullock sigue adelante en su bote, mientras navega este apocalipsis (que no se muestra) acarreando a su hijo y la hija de la otra embarazada (muerta algunas escenas antes). Bullock sigue sin conectar con lo que le pasa, a su hijo lo llama “niño” y al de la otra “niña” (ejem, no olviden que siempre está la chance de darlo en adopción). Y entonces llega la encrucijada simbólica más difícil. Con los ojos tapados, Malorie abandona el barquito sobre el agua y pone los pies en el bosque (¿Por qué el desenlace se da en tierra y no sobre el mar?). Corre por el verde bosque arrastrando a quienes no puede ponerles nombres, ni siquiera mirar mucho: su niño y su niña. Es ahí cuando el mal exhibe toda su voz y juega en la cabeza de la protagonista con una fuerza hasta el momento no mostrada. El mal tienta a Malorie de sacarse la venda y sucumbir, de dejar morir a sus hijos. Malorie es acechada por voces (demoníacas) que provienen del entorno verde, ella resiste con su venda celeste. Seguro los colores son casualidad, pero para el sagaz ya prevenido cobran un significado dudoso.

Para los que odien este texto, el final de la película no implica ninguna sorpresa, es casi ridículo. Michael Jackson logra ponerle nombre a su hijo y a su hija. Aunque se advertía que llegar a este búnker era casi imposible para los chicos, el plano final es un piberío infernal. Para el espectador sagaz hay un detalle que termina por confirmar todo: la mayoría son ciegos.

Bird Box: A ciegas (Bird Box, Estados Unidos, 2018). Dirección: Susanne Bier. Guion: Eric Heisserer (basado en la novela de Josh Malerman). Fotografía: Salvatore Totino. Montaje: Ben Lester. Elenco: Sandra Bullock, Trevante Rhodes, John Malkovich, Sarah Paulson, Jacki Weaver, Tom Hollander. Duración: 124 minutos. Disponible en: Netflix.

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