atlantida-poster-jpgEl debut cinematográfico de Inés María Barrionuevo remite figurativamente a un paraje histórico perdido a finales de la década del ochenta, más precisamente en 1987. Crisis agropecuaria, cortes de luz, las manos de Perón y el Walkman son verdaderas figuras efímeras de un crudo verano. Un pueblo de la provincia de Córdoba asediado por el ardor furioso del estío es el escenario en el que Elena (Florencia Decall), una joven caprichosa e irritante, trata de no aburrirse mientras lleva adelante sus días con un yeso en su pierna que no le impide importunar a su hermana Luciana (Melissa Romero) con pedidos y reclamos constantes.

Los mayores están momentáneamente ausentes y dejan terreno fértil para todo tipo de efervescencias. La sexualidad, “la gran ciudad” y el futuro llenan las líneas de diálogo de estas adolescentes y sus amigas. Luciana decide ir en busca de Ana (María Sol Zavala), una amiga de Elena a la que varias veces se la tilda de rara, para cortejarla. Vagan por el campo y reciben la incipiente tormenta con un beso clandestino en la camioneta. Guillermo Pfening, más que solvente, interpreta a un medico que visita a Elena, la lleva con él a realizar algunas tareas y se topan con la muerte, que Elena mira casi de reojo para luego abalanzarse sobre el tordo, que no sabe bien cómo resolver el entuerto.

En Atlántida todo está en su lugar, la puesta en escena es concreta y marcha firme. La cámara se mantiene cerca de los personajes, nos remarca su presencia todo el tiempo. Está todo convenientemente calculado y ejecutado casi a la perfección, y aunque es muy agradable de ver, y el tono que adopta la historia es cálido, nunca sucede nada inquietante. En las relaciones interiores de la película hay cierta falta de insolencia, las minúsculas situaciones y los conflictos planteados no consignan nada novedoso, hay una sensibilidad estética que ya fue abordada con suficiencia por Lucrecia Martel o Celina Murga. Pero también hay otra historia, un hilo narrativo lateral al de los vaivenes de las hermanas que me llama poderosamente la atención. Como si fuera otra película, u otra película posible.

AtlantidaUn joven de clase baja saca higos de un árbol en el medio del campo, todo mostrado con cierta abstracción, luego se come las frutas con sus hermanitos a la sombra. Más adelante descubre una especie de salón de té en el medio de la sierra que remite directamente a Alicia en el país de las maravillas, una niña llega con un vestido largo y lo invita a beber y degustar unas galletas que no existen, todo es como una gran representación que el chico no duda en seguir. Acto seguido se topa con la pequeña y su hermano, que lo increpa, ya que su padre es el dueño del campo, y le indica autoritariamente que no puede tocar nada de allí. Ahí es donde aparece la dimensión política del relato que la realizadora abandona, pone un pie en el tema y parece arrepentirse, pero sin borrar las pistas de lo que quizás le hubiese dado algo de profundidad a cierto vacío que la película expone. Esa historia se diluye en una estación de servicio en la que Ana tiene un gesto tierno con la más pequeña de la familia pobre. Atlántida deja sabor a poco, una idea atractiva, algunos climas y sensaciones muy bien logrados, y un camino que no conduce a ningún lado.

Atlántida (Argentina, 2014), de María Inés Barrionuevo, c/ Melissa Romero, Sol Zavala, Florencia Decall, Guillermo Pfening, 88’.

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