El gran Gatsby comienza a ritmo videoclipero, despilfarrando la estética grasa con la que Luhrmann juega a ser el hipotético hijo bastardo de Alfred Hitchcock (en Technicolor) y Dario Argento, y tal vez también el hijastro medio perturbado de Douglas Sirk. Lo interesante es que el director no se propone en ningún momento “hacerle justicia (u honor)” a la obra de Fitzgerald, sino que hace su propia interpretación (devenida adaptación) de la novela. Pareciera como si Luhrmann se hubiese tomado media dosis de ácido justo antes filmar, pero luego se le pasa el efecto y termina la película cansado y con algo de resaca.
Al comienzo todo es alegría. Recuerdo haber pensado cuánto me gustaba lo alevosamente horrible que era todo. Puesta en escena sobrecargada, planos cortos, rápidos y fugaces, negligencia feliz. El grotesco visual de Luhrmann en todo su esplendor para reversionar una historia que todos conocemos. La elección de la música que acompaña las primeras escenas, además, resulta deliciosamente hilarante: la Nueva York de los años ’20 que vibra al ritmo de Jay-Z, o la gran fiesta de la prohibición acompañada por dubstep a todo volumen. ¿Qué más se puede pedir?
Todo muy bien, pero después de ese momento glorioso en que Di Caprio mira a la cámara canchereando y suelta “I’m Gatsby”, mientras una sucesión de fuegos artificiales estallan de fondo, la película comienza a venirse abajo poco a poco. El comienzo prometedor va siendo opacado por un tono solemne que crece gradualmente y termina volviendo todo de una literalidad apabullante. A partir de allí las imágenes son lo que son y nada más que eso. Ya no tenemos el absurdamente over-the-top despliegue visual de Luhrmann, y tampoco tenemos la bella poética desesperanzada de Fitzgerald. Entonces, ¿qué nos queda? Un híbrido con sabor a poco, que va sabiendo cada vez más a nada a medida que transcurren los minutos.
Mientras más seria se toma a sí misma, peor funciona. Y como se pone seria, la dualidad lúdica propuesta por el personaje de Tobey Maguire (un poco Carraway, un poco el mismo Fitzgerald) pasa a volverse insoportable. La remata al mostrar, en un final previsiblemente nauseabundo, el cambio de título de la novela escrita por el personaje. De todas formas, sigo estando muy a favor del comienzo, y lo volvería a ver, pero sólo eso. Tal vez Luhrmann se ilumine y nos regale más de eso en el futuro, tal vez el ácido le pegue más fuerte, y entonces este mundo sea un mundo mejor. ¿Quién sabe?
Aquí pueden leer el texto de Paula Vázquez Prieto sobre esta película.
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