El plano que abre la película nos muestra a un joven Mariano (Rafael Ferderman) bailando solo al ritmo de la música electrónica en un boliche del oeste. Llega a su casa, en la que parece no haber nadie, ya de día. Se pone una malla, las antiparras y comienza a nadar en la pileta familiar, en medio de un vasto jardín tupido de verde. Luego se pone a cortar el césped; cuando la máquina se rompe va hasta el garaje y termina encontrando un revolver; verifica, y está cargado. Va su habitación y, en un plano lateral, lo vemos apoyar el arma en su cabeza, listo para gatillar. Sobreviene el corte y vamos al mismo plano (fijo) de su vientre. El tipo se dispara en off y escuchamos el ruido de algo que se astilla. Acto seguido entra en plano nuevamente el arma y al momento se dispara.
Dos disparos es el prólogo, lleno de incomodidad, que nos propone Martín Rejtman en su nueva película de ficción después de 11 años de espera. Esos dos tiros son la plataforma para una película que deambula por un abanico de personajes de clase media y situaciones disparatadas, que se van abriendo a medida que el tiempo transcurre. A través de Mariano llegamos a Ezequiel, su hermano, que tiene una especie de acercamiento con Ana, una chica de un restaurante de comidas rápidas a la que en realidad conoció en la fiesta de cumpleaños de la prima de ella un tiempo antes. Su prima es la que más adelante concreta un trío (telo mediante) con el novio de Ana y un punk seudomarginal, que tiene una madre que se termina yendo a la costa con la madre del pibe que se pega los dos cuetazos, Mariano. Y así podríamos seguir en el espiral infinito de situaciones que propone Dos disparos. Así es como el autor despliega una red de protagonistas momentáneos, fugaces. No necesita un protagonista central ni utilizarlo como eje. En Dos disparos todo es narración, los que entran, los que salen y los que se pierden. Da la sensación de que Rejtman puede contar lo que se le de la gana y a su vez darle profundidad y perspectiva a todos su personajes.
Un aire particular emerge de los colores pasteles, de esos azulejos barrocos, de los interiores en la costa atlántica o los exteriores, de la ropa en apariencia impersonal, de una pollera nevada puesta en el lugar preciso. Todo resulta cercano; el tipo retrata una clase social argentina que se mueve dentro de esas texturas y esas tonalidades. Sus imágenes claramente ven hacia dentro de nuestra sociedad, la de los ’90 y la de ahora: el paisaje urbano de Buenos Aires y la costa argentina, siempre con una poética personal y claramente identificable, inclusive en gran parte del cine argentino posterior, en buena medida gracias a su aparición. El registro no realista, que funcionan bajo el exhaustivo control al que somete su pulso narrativo, es lo que lo distingue.
Como en un devenir, vamos boyando por ese entramado de momentos pequeños y divertidos, dentro de los 120 minutos que dura la película. Las actuaciones son exactas, perfectas. Tal vez Walter Jakob es al que más le cuesta mantener la inexpresión de un rostro sorprendido ante la problemática de Mariano, compañero en el cuarteto (trío y finalmente dúo) de flautas que interpretan música barroca. En ese capítulo yace un chiste brillante que se cuenta repetidas veces con ese tono “abúlico” que construye en su artificio un universo con su propio verosímil.
El mundo de Rejtman está a años luz de lo presumido, de lo fatuo, accede por potencia y precisión a lo más singular del cine nacional de los últimos veinte años. Su cine es concreto y no deja lugar a dudas ni a dobles lecturas. Su cine es ceñido, su cámara siempre está fija: ¿para qué habría que moverla si está haciendo foco en la acción o la inacción de sus personajes? Su puesta es despojada y austera. Todas ellas son las herramientas necesarias para pasear por su cosmos.
Si tuviese que hacer una lista de mis diez películas preferidas del cine argentino, seguramente estaría Silvia Prieto (1999). Tengo un enamoramiento mayúsculo con esa película por muchas razones: por ser el retrato de una generación de la que fui parte, por la economía de recursos explotada con maestría, por una iconografía porteña ciento por ciento, por la mirada sobre el mundo grasa de Armani característica del contexto menemista reinante, por la angustia subyacente que hay en los personajes.
Por los diálogos absurdos que no son mas que metáforas de una sociedad en descomposición. Por el dúo increíble de Rosario Blefari y Valeria Bertucelli.
Cuánto me alegra el regreso de Rejtman, justo ahora que al cine argentino, en general, se le llena el culo de preguntas. Los directores hablan de la crítica, los críticos hablan de los espectadores y los espectadores llenan las salas para ver una película de mierda. Lindo contexto para la vuelta de uno de los directores más importantes e influyentes de la historia del cine argentino.
Aquí pueden leer un texto de Luciano Alonso sobre la película y otro de Alejandro Ricagno sobre Rapado y Tango feroz.
Dos disparos (Argentina, 2014), de Martin Rejtman, c/ Susana Pampín, Rafael Federman, Benjamín Coelho, Manuela Martelli, Walter Jakob, Camila Fabbri, María Inés Sancerni, Fabián Arenillas, Claudia Cantero, Daniela Pal, Laura Paredes, Mariel Fernández, 104’.
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Empecé a leerlo y dije «uff más de los mismo». Todos describen los primeros 5 minutos de película o la secuencia de las primeras escenas. Pero por suerte seguí leyendo. Me gustó la lectura de la película, pero me identifiqué mucho más con los últimos tres párrafos. Silvia Prieto, el cine de Rejtman, la visión sobre el cine argentino actual y sobre la película de mierda que me niego a ver. Gracias. Muy bueno todo.
Gracias Florencia por tu comentario.
Saludos.