Decir el horror: Esquirlas

La explosión de la fábrica militar de Río Tercero en noviembre de 1995 fue uno de los tantos acontecimientos traumáticos que vivió la sociedad argentina en tiempos del menemismo. Por sus características de imprevisibilidad, su efecto sobre los habitantes de la ciudad tiene el sello del trauma en tanto aquello que irrumpe con insistencia y que no termina de poder ser totalmente integrado a la trama simbólica. ¿Qué hacer con la onda expansiva que deja resonado el impacto de lo irrepresentable del horror?

La realizadora argentina Natalia Garayalde tenía 12 años cuando acaeció el nefasto suceso. Unos años antes ya deambulaba por su casa, con la cámara que había comprado su padre, registrando situaciones familiares y pergeñando divertidos videos junto a su hermano, donde ya se podía ver la creatividad de la cineasta en potencia en la que luego se convertiría.

La directora vuelve al material fílmico casero 20 años después y resulta un hallazgo revelador para el espectador descubrir cómo, de manera intuitiva, jugando a ser cronista de periodismo en la infancia, ya estaba ahí una voz narrativa privilegiada del después del desastre, al que supo documentar de modo directo y sin imposturas.

Desde la primera persona que narra desde el presente, Garayalde va dando continuidad tanto a los registros caseros de la memoria personal y familiar, como a los objetivos de registro televisivo, e incluso hasta detiene su progresión para añadir apreciaciones personales, que rectifican ciertos dichos. Las explosiones, los gases, la angustiosa desorientación de las primeras horas. Los daños materiales, los proyectiles todavía activos que se encontraban en el barrio. La lenta y dolorosa reconstrucción. Las explicaciones de Menem que califica lo acontecido ante la prensa como “un lamentable accidente” y el dictamen del juez que agrega que fue “culpa de un operario”. Toda esa horrible realidad documenta Esquirlas para develar las mentiras que tejen los intereses del poder político y económico.

Garayalde nos muestra las huellas indelebles que dejó en su familia, la inescrupulosidad de una política neoliberal decidida que devastó a nuestro país. Pero aquí no estamos ante el afán del documentalista que apunta solamente a la memoria, la verdad y la justicia frente a este hecho inenarrable. El mayor valor de Esquirlas reside haber lograda un difícil equilibrio entre la distancia objetiva y el testimonio directo de quien, junto a su familia, ha sido víctima de la explosión en Río Tercero, y hacerlo sin caer en patetismos exagerados.

El acontecimiento traumático excede el impacto del momento porque, como expresa el título, continúa actualizándose en el tiempo en los daños físicos y psicológicos que lo perpetúan como heridas que no terminan de cerrarse. Es entonces cuando el documental deviene poesía. Esquirlas es entonces la posibilidad de bordear lo imposible de representar y de que las imágenes trasciendan  el vacío de la pérdida.

Es la vida que me alcanza: Las ranas

En su tercer largometraje, Las ranas, Edgardo Castro retrata un aspecto del mundo carcelario poco conocido. Cuando en el prólogo de la película vemos a un grupo de hombres conversando en el patio sobre tiroteos, muertes y cárceles, mientras cocinan una carne estofada, uno imagina que va adentrarse en el típico universo tumbero masculino de lealtades, traiciones y disputas de poder que tantas veces se retrató desde el documental o la ficción. Pero no, la clave está en el plano de una joven que está sentada un tanto alejada del grupo, con su beba en el regazo, mientras que de fondo se ve un altar con la estatua del Gauchito Gil. Castro nos deja entrar así en la intimidad de Bárbara a través del registro de una cámara lúcida que bordea el documental de observación y la ficción naturalista.

Con pocos diálogos, una cámara que sigue el camino rutinario de su protagonista y un puñado de canciones a ritmo de cumbia (que aportan cierta nostálgica calidez a un entorno ríspido y duro), Castro arriesga al ingresar en zonas de intimidad de gran crudeza, pero mantiene siempre la distancia y la delicadeza necesarias para evitar la intrusión o la imagen abyecta. Bajo su mirada, sus personajes nunca pierden su humana dignidad.

Bárbara vive un contexto de vulnerabilidad en el conurbano bonaerense con un hombre cuyo parentesco no se sabe muy bien cuál es. La vemos tomar el tren Sarmiento, bajarse en la estación de Once y patear el barrio, durante horas, buscando vender medias a los transeúntes que pasan y en los negocios. La indolencia y la indiferencia son el signo de una jornada larga, dura e infructuosa, donde el consuelo puede bien ser disfrutar de un chori y una coca en una parrilla al paso. Pero Bárbara también hace un largo trayecto en ómnibus, junto a su hija, para visitar en la cárcel de Sierra Chica a un joven llamado Nahuel. El encuentro parece muy familiar por el modo cómo el joven la recibe, por las conversaciones, el momento de intimidad sexual y la comida que comparten. 

En un segundo viaje, Bárbara viaja sola junto otras mujeres y se pone en contexto el título del film. En la jerga carcelaria, se llama “ranas” a la mujeres que visitan a los internos, pero que no son sus novias o esposas, ni tampoco prostitutas. Por otra parte, hay que tener en cuenta que Las ranas forma una trilogía sobre la soledad, junto a las precedentes La noche y Familia. Entonces, siguiendo a este grupo de mujeres en el particular contexto de sus fatigosas y ásperas vidas, Castro da cuenta de las concesiones a las que una mujer puede estar dispuesta a cambio de algo del orden de la ternura y del amor.

Y, sin embargo, la cámara de Castro no juzga ni estigmatiza las particularidades del amor o de la condición social. Por el contrario, en lo que para otros puede ser moralmente reprochable, la mirada de Castro obra una especie de milagro. El director encuentra en el largo y tedioso trajinar de una vida amarga pero que resiste, o en la comida como momento de comunión y complicidad, pequeños destellos luminosos de ternura y felicidad. Las ranas logra visualizar trazos de la desigualdad y el desamparo social y al mismo tiempo nos regala una poética de la imagen conmovedora.

Esquirlas (Argentina, 2020). Dirección: Natalia Garayalde. Duración: 70 minutos. Competencia Argentina. Disponible: 23, 24 y 25 de noviembre.

Las ranas (Argentina, 2020). Dirección: Edgardo Castro. Duración: 77 minutos. Competencia Argentina. Disponible: 24 y 25 y 26 de noviembre.

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