Un encuentro entre padre e hijo en abril de 2013 y la promesa de otro para el año siguiente, cuando se realizara el mundial de Brasil. El fútbol como excusa, o acaso como la única huella que une a Sergio Oksman, director y protagonista de O futebol, con su padre Simón. En el medio de todo eso, veinte años de ausencia y silencio donde ninguno de los dos supo nada del otro.
Los silencios y el tiempo, la pregunta sobre qué fue, qué pasó en esos años, en qué se convirtieron padre e hijo, son los temas que plantea este brillante documental. No se trata de recuperar lo perdido o lo no dicho, de saldar deudas o reparar faltas. Oksman hace una película del presente con olor a despedida y fin de ciclo, y los interrogantes que plantea le sirven para hacerse una idea, una imagen última, de su padre más allá de las palabras y los hechos.
En O futebol predominan dos tipos de imágenes, dos formas de acercamiento: aquellas que transcurren dentro del auto de Sergio, donde los silencios tienen tanto o más peso que lo que se dice, y aquellas que toman a Simón a la distancia, donde también el tiempo, o mejor dicho la espera, genera los momentos y las situaciones buscadas. Hay una conciencia del padre de Oksman con respecto a la cámara (las escenas donde le pide a su hijo alejarse o le pregunta hasta cuándo tiene que quedarse ahí), pero también hay una entrega. Y es en esa entrega donde está presente la otra forma en la que Oksman trabaja el tiempo, un tiempo de la espera, un tiempo que decanta natural y auténtico a partir de lo que sucede casi de forma imprevisible.
Las fechas y los partidos se suceden y se imprimen sobre la pantalla dejando en blanco los casilleros correspondientes a los resultados. No se trata de las variantes o de la suerte que determinan el resultado de un acontecimiento deportivo, sino de la sucesión de los mismos hasta su fin. Brasil pierde la semifinal frente a Alemania mientras Simón permanece hospitalizado en terapia intensiva. Allí aparece otro uso notable del tiempo, pero esta vez se trata de los tiempos muertos, de los momentos donde no pasa nada, que coinciden justamente con las jornadas de descanso del mundial. En tres ocasiones se anuncia sobre la pantalla el partido del día y sobre la misma imagen (las puertas de la sala de cuidados intensivos o la terraza de un edificio en obra) otra leyenda anuncia la falta de actividad deportiva. Se trata de dos días distintos, pero dos días donde el tiempo pareciera inalterable.
Brasil cae y con él cae Simón. Oksman filma la muerte de su padre manteniendo la misma distancia que mantuvo durante toda la película. Es un día de lluvia, gris, donde el mundo parece venirse abajo. Lo que muere no es un hombre, sino una forma de la memoria, una forma de la experiencia de habitar el mundo, intransferible e impronunciable.
Así, O futebol regala una de las escenas más hermosas de la película, aquella donde Simón reconoce y diferencia, dentro del auto estacionado frente al estadio sede del mundial, los murmullos de la hinchada que llegan desde adentro: “no, eso no es un gol, es una falta no cobrada”; “casi gol, eso es casi gol”.
Esa forma del tiempo y de la cercanía, de la relación entre padre e hijo, moldeada por el aparato del cine que Oksman trabaja en O futebol, acaso sea la única forma posible que ambos encontraron para comunicarse. Por eso el plano inicial los encuentra a los dos de frente a la cámara, como presentándose ante ella para conocerse mejor o para conocer lo que aún queda, o falta, de uno en el otro.
O futebol (España, 2015), de Sergio Oksman, c/ Sergio Oksman, Simon, 68’.
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