La estructura clásica en cine habitualmente no depara grandes sorpresas; las novedades se cobijan casi con exclusividad en el acotado terreno de los aspectos narrativos. Pero hay casos, cada vez menos, en los cuales encontramos ese “más uno” que puede revelar como única a una película. A mi entender, es el caso de Melbourne del iraní Nima Javidi, en la que podemos invertir la premisa del policial de enigma, “no cuente el final”, por “no cuente el principio”: aquí se encuentra ese plus, ese hilo del cual se tira durante 91 minutos hasta terminar de correr por completo el velo en el cual se cobijaba un matrimonio de clase media, protagonista exclusivo de una pieza de cámara (todo transcurre en el interior de un departamento, el de ellos, que supo albergarlos, cobijarlos, y que a partir del hecho desencadenante se convierte en su cárcel); el espectador asiste a la sensación de que las paredes se les van cerrando conforme avanzan los minutos y la tensión crece escalonadamente. A tales fines contribuye un tratamiento de los aspectos lumínicos con especial aporte de la “luz natural”, a partir de las palabras del propio Javidi. De esta forma, el universo creado se torna cada vez más sombrío. Los procesos de identificación, en casos contados, pueden resultar útiles a la hora de que el espectador pueda hacerse una pregunta acerca de su condición.
En oposición al trabajo citado, nos resulta útil para pensar la falta de sorpresas habitual en la mencionada estructura clásica un documental convencional que nos lleva a pensar qué se dice, qué no; qué se muestra, qué se omite; qué se permite un director y qué se autocensura. Es el caso de Casi amigas (Almost friends) de la israelí Nitzan Ofir, en donde el conflicto palestino/israelí se encuentra capturado por el limitado recurso, árbol que tapa el bosque, de la relación interpersonal frustrada entre dos niñas, Samar (musulmana) y Linor (judía), de 12 y 11 años respectivamente. Ofir hace foco en los aspectos familiares y amistosos desde los cuales se ventilan prejuicios, ilusiones, mandatos familiares y preceptos. El vaso medio lleno muestra datos relevantes (como el presupuesto asimétrico que el Estado otorga a los establecimientos judíos en relación a los árabes), escenas que condensan la problemática de la convivencia (como cuando se hace presente el conflicto de Samar – nacida en el Estado de Israel, de padre palestino ya fallecido y criada en la tradición musulmana – entre asimilarse o no a la educación judía) y pequeños momentos que dejan entrever ciertos modos, por lo menos sospechosos, de crianza ( como un niño judío que confunde Irán con Gaza). El problema de esta forma de registro es la habitual omisión de las causas que derivaron en el conflicto: está ausente en la película siquiera una mención sobre cómo y por qué se conformó tal Estado, están ausentes los muertos civiles del pueblo palestino a mano del ejército israelí, se omite como tema el progresivo avance geográfico sobre territorios; y ni hablar de pensar a dicho Estado como la principal base militar de Estados Unidos en Medio Oriente. Se jerarquizan los prejuicios en el seno de las familias (lo individual), por sobre lo político. Ofir, por lo tanto, no incomoda demasiado a nadie.
Posibilidades de la cámara que promueven una pregunta frente a las propuestas más frecuentes que tranquilizan al espectador que va al cine a confirmar su comodidad habitual.
Melbourne (Irán, 2014), de Nima Javidi, 91′.
Casi amigas (Almost Friends AKA Linor and Samar, Israel/Palestina, 2013), de Nitzan Ofir, 76′.
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