Por Santiago Martínez Cartier

Viernes 1 de Noviembre de 2013. Cuando el colectivo dobló en la 9 de Julio las luces de la ciudad se prestaron a despertar ese cuartito de ácido que había ingerido media hora antes, ávido de rugir en mi interior con su clásica euforia existencial. El color de la tela de los asientos del colectivo combinaba a la perfección con sus luces nocturnas y el resto de su parafernalia. Un verde agua hitchockiano omnipresente.
Qué lindo todo.
– Esto sería lindo si el Metrobus no me hiciera acordar al PRO – dijo Mía, sentada  a mi lado, contemplando la noche.
– Macri es el peor de todos los males – dijo el Comandante, mirando por sobre el asiento que teníamos delante con la mirada perdida, haciendo notar que él también estaba pensando en el ácido que rugía en su interior.
– Qué lindo todo – dije yo, repitiendo lo que no podía dejar de pensar.
Llegamos al Monumental Lavalle cinco minutos antes de las doce de la noche, hora a la que estaba programada la proyección de la película. En el complejo se respiraba un aire refrescante y agradable, por donde iban y venían divertidas conversaciones triviales (casi todas sobre cine).
– No sé qué habrán hecho con la nueva de De Palma, espero que no sea tan mala.
– Y… mirá, no creo que nunca puedan hacer una mejor que una de De Palma. ¿Vos viste las primeras? No falla nunca. Hasta El fantasma del paraíso, que me parece que es la cuarta, no tiene desperdicio.
– Boludo, ¿viste el poster de Sharknado? Qué bueno que vamos a ver esto.
– Che, ¿qué más dan acá? Quiero ir a ver ese slasher japonés bizarro del poster que está ahí.
– Sí, yo conocí a uno de los directores de una de las pelis del festival. Vos creo que también, ¿no te acordás? Uno que tenía pinta de gay por los chupines blancos que tenía puestos. Pero sé que de gay no tiene nada…

El Monumental Lavalle respiraba cine y ambición.

– Yo la última vez que vine acá fue para ver una de Robert Rodriguez, o Django Unchained, no me acuerdo  – me dijo el Comandante, uniéndose al tema común. Ese tipo de películas siempre las vengo a ver acá.
– Me acuerdo cuando fuimos a ver Django al Village. Estábamos tomando un vino en la última fila y lo volcaste como cinco veces – dijo Mía señalándome sonriente.
– Obra maestra – dije yo.

Unos diez minutos pasada la medianoche entramos a una sala colmada de gente y nos ubicamos en una de las últimas filas. Al instante, dos de los organizadores del festival empezaron con su habitual sketch para presentar Sharknado, una de las joyitas del festival de este año, según ellos mismos.
– Boludo – empezó uno de los presentadores- no lo puedo creer. Te juro que no sé si reírme o llorar. Son pasadas las doce de la noche un viernes y tenemos la sala llena para ver: ¡¡SHARKNADO!! Sí, Sharknado. Esta gente sí que es especial.
– Y, yo no me lo perdería por nada – respondió el otro.
– En serio, nunca hubiese pensado que esto era posible. Estamos infinitamente agradecidos con todos ustedes. Y posta, boludo: ¡¡SHARKNADO!! – gritó entusiasmado el primero, agitando una cerveza Isenbeck en el aire al ritmo de sus palabras.
– Bueno, nada, sin más preámbulos: Sharknado. Mandale nomás – dijo el otro dirigiéndose a la sala de proyección.
– Epa, bancá que yo me quedo a verla. Acá hay una vibra especial. No sé si será por todas las sustancia que consumí a lo largo del día, pero yo me tengo que quedar.
El organizador se sentó y, con esa ya clásica escena de un mar infestado de tiburones que deviene en el aclamado tiburnado, arrancó la película. La gente estaba eufórica. El primer gran aplauso vino acompañado del título de la película, justo después de la mencionada secuencia inicial, que por supuesto fue acompañada de risas y múltiples comentarios.
Mía y yo ya habíamos visto la película, pero el Comandante no, por lo que resultó delicioso contemplar como iba descubriendo las genialidades involuntarias que la película ofrece, una tras otra.

Primer escena de diálogo absurdo, aplauso. Primer muerte por tiburón, más aplausos. Primer anticipo del tiburnado, aún más aplausos. Y así sucesivamente.
En la sala se fue creando un clímax cómico colectivo paralelo al narrativo que la película pretendía construir. La cuestión fue que el clímax del público estalló en una escena de diálogo donde una de las protagonistas cuenta su “oscuro pasado” con melancolía plástica, faltando todavía unos veinte minutos para el final. Desde el comienzo de la escena la gente comenzó a reírse progresivamente hasta estallar desenfrenadamente en el final, cuando la risa ya se retroalimentaba con cualquier factor para-cinematográfico que invitara a incrementar su intensidad.


A pesar de que, después del clímax, la gente miró con cierta parsimonia el desenlace de la película, Sharknadose las arregló para recolectar más y más risas cerca del final. Y como para no.
– Boludo, no sabía que era tan genial esto. No me lo esperaba – dijo el Comandante cuando volvíamos caminando por Lavalle.
– Tiene uno de los mejores-peores twist endings de la historia. Ranquea segundo, después de Un buen día, obvio – dije.
– Al de Un buen díano hay con qué darle.
– Tenemos que hacer una petición para que en el próximo BARS proyecten Un buen día. Es tan trash que lo amerita.
– También tenemos que hacer la petición para que Wes Craven filme Scream 5 incluyendo viaje en el tiempo.
– Y para que Robert Rodriguez filme Stab.
– Algún día.
– Algún día.

Aquí pueden leer una crítica de la película por Santiago Martínez Cartier.

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